1. En este punto de mi vida no es que me queje mucho de nada, pues tengo un trabajo decente, estable, divertido y que me da la libertad para hacer lo que quiera en mi tiempo libre, pero sí hay algo que en las noches escucho en mi casa, unos ruidos extraños que no me dejan del todo conciliar el sueño. A veces me asomo por la ventana y de verdad que creo que alucino, ya que veo desaparecer cosas de la nada: latas, botellas, basura. Repito, no me quejo, porque en realidad se hace cargo del cochinero que dejan en la colonia los vecinos aledaños por quién sabe qué razón. Cada vez he aprendido más de este fenómeno, por ejemplo ahora sé que sucede con cierta periodicidad, que no desaparece del todo las cosas sino que las comprime con una fuerza de presión y creo que también ha expandido ligeramente las banquetas donde sucede pues ha hecho que se levanten. Mi hipótesis es que sea lo que sea que esté pasando tiene algo que ver con la gravedad. Con esta información he decidido esperar cerca de ahí prediciendo la hora de los eventos porque me he comenzado a impacientar, no me importa lo que me pueda pasar. Después de unos minutos quedé perplejo al contemplar de cerca aquella acción sobrenatural. Parecía ser una serie de micro hoyos negros el que ejercía una presión en aquella basura de al menos unos 15 calles. Corrí para buscar de dónde surgían, ya que seguían una dirección. Por error quedé próximo a uno, el cual succionó mi celular y llaves, en ese momento no me di cuenta, claro, por la adrenalina. De lejos vi a una persona con una máscara, caminando de espaldas tranquilamente, fui hacia él cautelosamente hasta alcanzarlo. ¡Era él el que generaba aquellos hoyos negros! Así que le pregunté sin medir las consecuencias ¿Por qué lo haces? Lo que desbordó en un diálogo bastante raro: ¿Hacer qué? Tú sabes, ¡lo de la basura! No me gusta ver tanta basura, por eso la comprimo; Sí, pero ¿Para qué? Es divertido, hermano; oye ¿Y cómo lo haces? No lo entenderías ¿Puedes hacerlo una vez más? Quiero verlo; No, hermano, fuera de mi camino; ¿Por favor? No, hermano, tengo una ciudad que limpiar; ¿Es tu trabajo, te pagan por hacerlo? No, lo hago por gusto pero también estoy buscando algo, así que déjame en paz, si te me vuelves a acercar no sé qué te pueda suceder. ¿Eres algún tipo de héroe o solo un sujeto raro haciendo cosplay? Tú llámame Energía oscura, hermano, y ahora ¡largo de aquí! Que tu vida corre peligro. Después de esa noche no volví a escucharlo a pesar de que lo busqué arduamente por toda la ciudad.
2. Aquella noche mirando la oscuridad del cielo creí ver algo raro, un resplandor, pero al adentrarme en tus ojos perdí la cuenta de las horas y tus palabras se volvieron caricias, y los dos recostados bajo las estrellas, en el frío del bosque nos volvimos uno con el silencio, con los canticos de los vientos, como si los demás no estuvieran ahí entre nosotros. Despertamos abrazados, cubiertos por la niebla y los cuerpos congelados tras la lluvia de la madrugada. Pasamos el día siguiente buscando entre aquellas tristes arboledas algún fruto que no estuviera podrido y recorrimos el río esperando encontrar algo más que cadáveres. La llovizna se desató tranquilamente y fue desapareciendo cada tanto tiempo hasta convertirse en una tormenta. Después del atardecer la tormenta cesó y dejó un cielo despejado que al ir anocheciendo pareció borrar las estrellas. Al encender la fogata cantamos y contamos historias, cenamos y con las horas se nos fue acabando la leña, hoy era la última noche del viaje y mañana volveríamos a nuestras vidas en la ciudad, por ello todos durmieron para tener energías mañana y yo me quedé despierto cuidándolos. Se apagó la fogata y pude ver el cielo de nuevo. Vacío, como si las estrellas hubieran desaparecido, como si toda aquella inmensidad que nos había acompañado por millones de años nos hubiera abandonado. Fue entonces cuando vi caer del cielo algo en el lago al final del río, parecía un charco de mercurio dorado que se acercaba a la orilla. Desde lejos observé en silencio con mis binoculares aquella masa con movimientos erráticos como tanteando la tierra, se comenzó a dispersar como si fueran una serie de seres independientes. Al filtrarse entre las piedras les perdí de vista, regresé a las casas de campaña para ver si estaban bien todos y al estar cerca, me sentí perseguido, al abrir la casa de campaña donde dormíamos juntos vi aquel líquido filtrándose hacia la tierra. Al voltear hacia atrás vi una silueta imponente pero triste que trasmitía una profunda melancolía, en sus manos había trozos de estrellas, tan pronto mis párpados se cerraron un segundo aquella sombra se perdió en el abismo de la noche.
3. El otro día estaba en mi computadora tranquilamente, estudiando para un examen de la universidad cuando de repente me llegaron unos mensajes de un tipo, como estaba aburrida me puse a verlos en el modo en que él no sabía si los había leído. Parecía interesante pero en su perfil sólo había una foto, al buscarla en el buscador de google encontré que era de una cuenta de Instagram, que no parecía ligada a la de este sujeto. Súbitamente me dijo que ya sabía que había leído sus mensajes y que sabía que había buscado su foto. Lo bloqueé. Me mandó solicitud de otra cuenta, la rechacé y me envió de otra y otra y otra. Borré mi cuenta de Facebook y Messenger. Me encontró en Instagram, la bloqueé, y lo mismo en YouTube y Twitter y WhatsApp. Les conté a mis amigos y amigas, a mi madre, a mi padre y nadie supo quién era, se hacía llamar El sonrisas. El día del examen yo estaba más preocupada por el sujeto que por la calificación y todas las preguntas me parecieron difíciles. Cuando entregué el examen me dijo el maestro que necesitaba hablar conmigo. Cuando fui con él a solas se rio a carcajadas y me dijo que no lo podía bloquear en persona, sonrió y se quitó los ojos a la verga, «ah» dije, por eso le dicen El sonrisas.
4. Íbamos platicando por la calle, cuando vi un maldito espectacular “¡EL PUTO MEJOR POLLO ASADO DEL MUNDO, EL MÁS ARDIENTE Y SENSUAL, SIN OLOR A PIPÍ DE MIERDA, CRUJIENTE, LLÉGUELE QUE SE ACABA!” válgame la pinche chingada, qué forma de anunciar de este cabrón. Para no hacer el cuento largo ahí estábamos en la fila de Don Pollas porque dada la casualidad todos los demás restaurantes cercanos estaban llenos de pelmazos, como evitando a este méndigo grosero. “Pues a ver qué tal está esta basura de pollito” dijo uno de mis amigos que llevaba cargando la tripa rugiendo como tigre desde hace horas. “¡Santa madre de las patitas del pollo enchamucado, estas patitas están para chuparse los dedos, no, chuparse… mmm… carajo!”, la verdad a mí me dio un asco tremendo, estaba desabrido, viejo, mal cocido. “¡Oye, pelafustán tontolapolla!” “¿Qué quieres, marica?” “¡Basura comemierda, sí, tú, chupamingas, este pollo esta culerón, vete a la mierda!” “¿Ah sí? Si no te gustó mi pollo lo lamento lameculos, ahorita te acerco mi polla, ¡tal vez esa la disfrutes más!” “¡Chupacables hijo de tu requete-pinche-hueva-perra-tosca-bomba-puerca-coña-estúpida-concha-manca-asna-cutre madre!” Ahí sí estallé y le encesté unos putazos hasta que me detuvieron unos policías y él les dijo que me soltaran, les dijo riendo: “Ese chupacables no podría hacerme nada aunque quisiera, es tan trolo que no se quiso comer ni una piernita”, “Señor, cómase el pollo, es una orden” me dijeron los policías, después de soltar la ira sabía bastante bien, por alguna extraña razón, desde entonces no he podido dejar de ir a comer ahí todos los días y cada día me deja con más hambre esa maldita chingadera, es como si todos los que lo probamos estuviéramos atrapados para siempre.
5. Cuando desperté de un largo sueño encendí la televisión. Las noticias decían que había frentes fríos en los países del norte, los videos eran perturbadores y explicaron que en Australia había ascendido la temperatura a tal grado que una serie de especies estaba comenzando a peligrar. Qué basura de noticias había en estos días: asesinatos a mano fría, cuerpos tirados por las calles a pleno día, secuestros que terminaban en bolsas negras llenas de descuartizados, ¿Cómo habíamos llegado a esta bazofia de mundo? Me quedé pensando que nuestra herencia maldita estaba destinada a dejar a las siguientes generaciones en la huerfanidad, que cada generación se había asegurado de enterrar un poco más los problemas y ya no había espacio, todo lo podrido estaba fermentándose y contaminando las pocas tierras que nos quedaban. En eso zambullí una cucharada de cereal en mi boca y percibí ligeramente ese característico sabor a sangre ¿Pero qué carajos? Debió haber sido mi imaginación. Salí a comprar unas cosas en el supermercado, antes de comprar cualquier alimento lo olía, lo pesaba, busqué algo extraño y nada. Cuando llegué a mi casa había dentro una estatua de una mujer “Con amor, para Juan José, gracias por el trueque” ¿Qué habrán querido decir? Ahí la dejé tirada unas horas. “¿Así que no me recuerdas?” No, le respondí. “Soy aquella mujer preciosa, así como yo me he oxidado tú lo estás haciendo, llegará un momento en que la culpa se convertirá en humedad y tu tortura te ahogue”. No pues mejor la saqué al chile, qué perro miedo.
6. Al despertar no hay retorno En el silencio de la noche, el miedo prisionero se revela ante su celador. La fragilidad pierde los estribos ante la sensualidad de la muerte que acecha en las pesadillas como un deseo inconcebible. La victima escoge el olvido.
7. Me subí al camión esta noche, estaba lleno, unos se recargaban en otros para dormir parados, atiborrados de la fetidez preferíamos evitar pensar en ello, con el celular en la mano. Pasando de un meme a otro, miré de reojo a alguien subiéndose por la puerta trasera, de repente alguien me pasó unas monedas con un líquido pegajoso, el proceso se repitió hasta pagar ese pasaje al chofer. Cuando el dinero volvía, el tipo ya se había bajado. Unos empezaron a gritar que alguien les había robado sus carteras. Me bajé del camión a toda prisa, el sujeto había sido, nos había distraído con las monedas pegajosas para que nadie sospechara, estaba seguro. Para mi suerte él había dejado huellas pegajosas, fáciles de seguir. De repente el rastro desapareció en una esquina pero al llegar ahí vi una sombra corriendo por unos pasillos largos. Al alcanzarlo lo perdí de vista. Entré al único establecimiento abierto y en la entrada vi un charco de lo que parecía pus y una secreción grasienta aceda. Era una cantina que servía antojitos mexicanos. La cantina se veía de mala muerte pero había mucha gente y la verdad olía sabroso. En ese momento me olvidé del tipo y un mesero me ofreció una cerveza gratis por inauguración, dijo que mientras siguiera consumiendo me llevaría comida toda la noche. Como estaba cerca de mi casa decidí quedarme un rato. Comí y seguí comiendo. Cada platillo estaba más rico que el anterior: cueritos en salsa verde, tacos dorados y flautas de algo que parecían rebanadas finas de piel de pollo, chicharrones prensados, pozole. Ya cerca de las dos de la madrugada salió de la cocina el cocinero con una máscara, se sentó junto a mí y me dijo “quería agradecerte por venir hasta acá persiguiéndome, que buen marketing el de fingir robar carteras ¿No? ¿Qué tal saben mis pellejos?” y se quitó la máscara. “Ahora tienes herpes por cierto, jajaja, pero no te preocupes sólo verás las consecuencias unos años después, yo siempre me pregunté de dónde había salido aquello que invadió mi rostro poco a poco hasta convertirse en parte de mí y resulta que alguien me lo pegó en un camión al pasar el pasaje, hubieras venido o no ya te habría contagiado”.
8. Yo no pedí ser así, nacer en la tristeza, entre cartones sucios y lodazales, en las afueras de la ciudad, en la oscuridad y el frío insoportable, vivir en la penuria, vestido de harapos, con los pies descalzos y llagados, sin un techo, con el estómago vacío. Y aun así pude sobrevivir y salir adelante, tomar los panes enmohecidos de los botes atascados de sobras y remojarlos, rescatar de las banquetas a las aves picoteadas por los zanates y cuidarlas hasta verlas desfallecer para después darle de comer a mis hermanos pequeños. Yo no sabía que me enfermaría de engullir eso, de la malnutrición, de los virus, de las bacterias que contaminaban las aguas. Nunca creí que la fiebre me llevaría a la demencia, que poco a poco mi cuerpo se iría pudriendo y que mis hermanos no soportarían el ser contagiados, que tendría que acostarlos en las aguas negras para verlos partir. Escucho a las familias en sus colonias caminar por los parques, con sus perros, sus bicicletas y carriolas. Me hace recordar cuando imaginábamos que algún día seríamos como ellos. Años después supe que en el hospital nunca los habían tratado con medicina, sino solamente agua y placebos, que por eso no se iba su dolor, su agonía. Desde entonces recorro la ciudad en busca de los responsables. Solo me gustaría conocer sus rostros, el rostro de los que me quitaron a mis únicos seres queridos. La metamorfosis ha sido lenta pero últimamente he encontrado cuerpos en el asfalto y no puedo dejarlos ahí, es como si la putrefacción me llamara. Como si al acercarme, una parte de ellos se adhiriera a mí. Siento los gusanos recorrer mi cuello y a los parásitos crecer entre mis órganos. Las moscas son la sombra que me sigue desde hace años. Al principio me daban pesadillas, no podía escapar de su vómito, aterrado despertaba y veía mis piernas infestadas de sus huevecillos, intenté de todas las formas deshacerme de ellas pero conforme pasaba el tiempo me di cuenta que era imposible. Lo único que podía hacer era seguir mis instintos. Vigilo cautelosamente las calles, esperando el zumbido de las moscas para ir con los cadáveres desfigurados, para tomar lo que queda de ellos. Pero he tenido que ser más meticuloso pues presiento que alguien me sigue el paso. Sé que espera encontrarme entre las bolsas negras, hurgando salvajemente por el hambre que me devora por las noches, lo rompe todo, como esperando a que lo ataque, a que salga, pero es precavido, destruye la evidencia y lo hace desde lejos, ni siquiera sé si me ha visto, si sabe qué soy, ni por qué lo hago. No hay por qué desperdiciar la comida, ni la sangre, ni las muertes. Yo no pedí ser así pero no puedo ser de otra forma, las vidas de los despojos miserables se encarnan en mi cuerpo, se desbordan en mis carnes, me exigen respeto, justicia y no me dejan morir.