1. Hay en la incorporeidad una atracción hacia los cuerpos. La libertad de existir en el mundo es un anhelo milenario de los que han vagado sin rumbo. Convertidos en fieras, tras el olvido de su historia navegan difusos, sin rostros, en los sueños de otros.
2. Entre las sombras surcan los entes, disfrazados de formas cotidianas. Observan y se transforman, los miedos que representan nos arrastran a una vida de miseria. Pululan entre las ideas que no van a ningún lado, nos llevan a una parálisis: somos al mismo tiempo todo lo que podemos crear por un instante, hasta que la realidad nos arrebata hasta el más profundo sentir de la posibilidad, de la melancolía, de un presente que huye de sí mismo.
3. Se camuflan, adheridos a las paredes, aquellos seres quiméricos, deformes, la luz los aterra y aparentan huir, pero no pueden, porque están atrapados. Quedaron ahí porque al morir sus cuerpos fueron arrastrados hacia el abismo, porque cuando caían hacia el infinito, sus garras se aferraron a las piedras y ya no se pudieron zafar. Poco a poco las piedras los fueron jalando hacia dentro, hacia la quietud, hacia sus formas imperfectas. Había distintas leyendas en algunas culturas sobre ellos, a veces llamados golems, a veces mimis, a veces hombres de piedra, pero nunca se habían visto por las culturas modernas. La primera prueba objetiva fue una fotografía tomada a través del reactor de luminiscencia, un invento que a través de gases ilumina los cuerpos de las tinieblas sin afectarlos. Al activarse, inmortalizó una colonia de estos seres convertidos en un monstruo abominable, tal vez el único vestigio de una antigua civilización australiana.
4. Dicen que no tienen ojos porque los peces se los arrancaron a sus cadáveres hace mucho tiempo. Cuentan también que sus voces solo se pueden escuchar mientras nadas cerca de ellas en el lago porque sus cuerdas vocales fueron rompiéndose con las corrientes marinas y las piedras que fueron arrastrando. Ellas no son los monstruos. Los enfermos, los tiranos, son los que las tiraron a aquel lago, para ocultarlas, para que no se escucharan sus palabras.
5. De entre las prendas apiladas junto al closet surgió un rostro, como si aquellas pestilencias, aquellas esencias ácidas lo llamaran, como si buscara en ellas mi cuerpo. Era etéreo y blancuzco, con sus ojos nebulosos me vio como tratando de enfocarme y reconocer en mi un conocido. Sentí en su mirada el peso de los años que lo habían aplastado y las condenas a las que había sido sentenciado. Esos tiempos, esas vidas estaban escritas en su sonrisa, la sonrisa de un hombre hecho de ropajes viejos, un vagabundo que a pesar de haber sufrido una existencia de carencias pudo encontrar una muerte digna y un descanso al fin fuera de las calles y de su frío aterrador.
6. En las noches, de madrugada, veía entre las cortinas de mi vecina, a través de su ventana unas luces. Estuve meses pensando qué podría ser sin intentar nada y acostado de lado, mientras conciliaba el sueño hipnotizado por aquellas luces caía dormido profundamente. Decidido un día compré unos binoculares y esperé a que sucediera. Me percaté que aquel brillo venía de sus ojos, que irradiaban una energía misteriosa y siniestra. En el reflejo de sus pupilas se veían sombras, como de seres enigmáticos, incorpóreos, como si mientras estuviera sonámbula, ella pudiera percibir algo más allá de nuestra realidad. Era como un amasijo de tiempos atrapados en un lugar, sin tocarse, pero sobrepuestos. Al día siguiente llamé a su puerta. Al abrirme quedé paralizado al ver a través de sus ojos aquellos entes tratando de tomar mi cuerpo. Me dijo que ella podía sentirlos pero ellos a ella no: “soy un fantasma entre los muertos, entre los monstruos, entre las sombras”.
7. Los veteranos de las guerras, forajidos de tiempos crueles donde la violencia era la única ley, forjaron armaduras acorazadas con los restos de sus rivales. Estas estructuras capaces de soportar las ametralladoras de los helicópteros, las armas de asalto de los autómatas y los rifles de sus francotiradores, mantuvieron sus cuerpos moribundos en pie por unos meses. Fueron pocos los sobrevivientes, exhaustos de los impactos de la artillería y del ajetreo de viajes a través de los soles más abrumadores, terminaron tirados en los desiertos, quedando a la espera de su muerte. En este momento de lucidez decidieron dejar a su traje dominar su espíritu para seguir merodeando los campos de batalla en busca de sangre para terminar su misión.
8. Habían rumores de una mansión, que decían sobre una dama que por los pasillos de las habitaciones merodeaba de noche con el rostro iluminado. Los que ahí habían vivido contaban que era un espíritu de la época victoriana. Ella había sido adoptada desde su nacimiento por un tal conde de Blessington. Ella había intentado varias veces de escapar de él, pero sus hombres siempre lograban encontrarla. Este adinerado dandi irlandés tomó su mano en matrimonio cuando ella cumplió los 12 años de edad. Durante los festejos de su habitación emanaron gritos aterradores. Después de la noche de bodas, ella, con una rabia palpitante, intentó suicidarse rajando su garganta con un cuchillo, pero el conde la alcanzó a detener al entrar de súbito. Desde ese entonces fue supervisada por sus doncellas por el resto de su vida. Ella para el conde era, entre otras cosas, un vientre fértil para su linaje, un vientre que cada año paría una creatura ensangrentada. Él creía y decía amarla, pero ella sabía que el amor no estaba hecho de palabras. Ella sabía que el amor no era eso, que ella no había vivido ningún amor. Yo conocí esa historia por una familia que asistía al manicomio donde estaba internada mi hermana. Al parecer los dueños del hospital habían tenido alguna amistad con los descendientes de aquel conde y habían construido el manicomio para tratar a su esposa, a sus hijos y nietos, cuya estirpe parecía estar maldita por la ira, por la desolación. Aquella gente de abolengo, triste, hablaba de aquella dinastía arruinada por la demencia, de lo que pudieron haber sido si aquella mujer se hubiera dedicado a ser una esposa ejemplar y una madre amorosa en vez de ser lo que fue: una malnacida que nunca le dio las gracias al conde por haberla salvado de su abandono y de su pobreza.
9. Las muertas y las asesinadas están siendo llamadas y con su nombre la lucha continúa, crece, se fortalece. Con las llamas de un nuevo amanecer la justicia buscará su paz. Hasta entonces sus espíritus las guiarán a través de sus huellas para cimentar los principios de una vida nueva.
10. Los usureros estamos acostumbrados a cobrar lo que nos deben de distintas formas, una de ellas es a través de objetos insólitos, donde encontramos toda clase de cosas entre los bienes más excéntricos de nuestros deudores. Algunos tienen incluso artilugios o joyas invaluables, los cuales vendemos a coleccionistas plutócratas por sumas estratosféricas. El collar de amatista nos lo entregó un hombre viejo, paupérrimo que desapareció tras haber saldado sus deudas. Recuerdo que nos explicó que era un tesoro familiar pero que él no había tenido descendencia y poco a poco sus hermanos, amigos y sobrinos fueron muriendo, por lo cual las nuestras eran las manos más capacitadas para cuidar dicha antigüedad. Los tasadores decían que si bien era una amatista con una concentración de hierro inmensa y que tenía muchos años de haberse creado, no valía nada, que en pocas palabras era una baratija, por lo que decidí conservarla en vez de venderla. Durante la madrugada me desperté al baño y me percaté de que me había dejado el collar puesto. Al terminar de orinar apagué la luz y antes de cerrar la puerta vi en el espejo un destello. Fue como si través del reflejo el collar fuera otro. Me quedé observando su majestuosidad hasta arrullarme con sus hipnóticos detalles. Ya en la mañana amanecí con el collar pegado al espejo, con el cuello rasgado y despellejado. Fue como si me hubieran tratado de jalar a algún lugar desconocido. Desde esa noche he tratado de deshacerme del collar pero no puedo, nadie lo quiere, siempre aparece colgado en mí por las mañanas y cada vez es más difícil quitármelo.
11. Somos los que nacimos entre los bosques y los lagos; entre los cañones y las trincheras; entre besos y abrazos. Somos los que estamos hechos para amar, para convivir, para morir, para erradicar. Somos los destructores, los que fuimos forzados a ser nosotros mismos, los que no podemos escapar de nuestra identidad. Somos un pasado continuado, infinito, cuyas huellas desangran los caminos y queman todo lo que pisamos. Somos los viajeros que tratamos de convertir la arena en tiempo, en reflejos, en nuestros cimientos. Somos los vestigios de los que buscaron volver a detener a sus predecesores y se perdieron en la belleza de un mundo aún habitable.
12. Una noche durante nuestro viaje de investigación tuvimos que pasar por un gran pantano. Íbamos de regreso a nuestras instalaciones en la selva del Amazonas después de haber analizado los organismos de ahí, cuando de repente vimos las aguas lodosas agitarse agresivamente. Escuchamos entre la lluvia y el zangoloteo a unos cocodrilos, disparamos una munición sedante para tratar de detener el caos pero al hacerlo descubrimos una silueta enorme, monstruosa que se ocultó entre la densidad de la inmundicia, dejando al menos a 7 cocodrilos noqueados y desperdigados en las orillas del pantano, fue una escena atroz, no pudimos salvar a ninguno. Durante semanas estuvimos buscando sus huellas, pero no encontramos nada, era un ser con un camuflaje difícil de detectar incluso para los lentes térmicos, solo pudimos enlistar los destrozos que causó: contaminación de las tierras mediante elementos químicos desconocidos, cuyas consecuencias fue la putrefacción de árboles ancianos; la proliferación de bacterias en las aguas, las cuales afectaban a animales acuáticos mediante el exceso de flujo sanguíneo y los llevaban a desangrarse; y el surgimiento de nuevos pantanos mediante la destrucción de los ecosistemas terrestres. Casi al terminar el viaje, ya exhaustos, pudimos sentir cuando íbamos en lancha una mirada amenazante venir desde las profundidades, tal vez era aquel gigante esperando para atacar.
13. Entre las leyendas de los trabajadores de por aquí se cuenta que en las noches merodea una dama (uno lo entendería perfectamente sabiendo que no hay contacto con ninguna mujer a kilómetros de distancia). Se dice que está hecha del humo de la fábrica de aceites y que por ello brilla con luces coloridas, otros dicen que su colorido es extravagante para advertir a los que van de paso que es peligrosa, imponente, como la mayoría de animales venenosos. Entre los veteranos aquella historia era eterna, única. Según ellos, esta relata la lucha de una damisela que buscaba modernizar su aldea hace miles de años antes de la eolípila de Herón de Alejandría mediante una maquinaria de vapor. Ella creó los planos de un artilugio que liberaba energía incesante y podía proveer a toda una región, pero fue raptada por hombres de la dinastía Zhou. Ello fue uno de los secretos del crecimiento monstruoso de China durante la antigüedad. La historia fue llevada al pueblo por un monje que investigaba las tradiciones de dicha dinastía, él les comentó alguna vez que sus antepasados habían encontrado la forma de comunicarse con los muertos y que entre ellos encontraron la voz de esa mujer que poco a poco fue apareciendo en el pueblo, como si las palabras la devolvieran al mundo. Remató el anciano exclamando ¡Ella está aquí para proteger sus máquinas y para contemplar nuestro mundo atiborrado de tecnología, ella es feliz entre nosotros!
14. La nobleza del guerrero está hecha de la sangre seca que se acumula en su armadura. Aquel recuerdo de sus heroicos actos, de haber salvado a los más débiles pudiendo haber huido, aquel momento decisivo en el que sus manos se convirtieron en puño por defender sus ideales es en el que cualquiera habría titubeado. Es la conquista del miedo, es aquella fragilidad del cuerpo que tiembla de terror la que derrama la adrenalina más catártica, más inhumana y lleva a esas masas abominables a volverse leyendas, a matar hasta morir. A masacrar a ejércitos completos. Aquel paladín de armadura dorada nunca se detuvo, aquella adrenalina nunca se dispersó porque el horror que se había apoderado súbitamente de él superaba toda su historia, todo lo que dejó atrás no era nada ya para él. Su crueldad no era más que un sentido de justicia arraigada en su sinsentido. Había nacido para la guerra, su madre lo supo cuando tuvo que marcharse, su padre lo supo cuando murió entre sus brazos, sus hijos lo supieron cuando lo vieron caminar tranquilo al cruzar el umbral de su hogar y su mujer lo supo al verlo de espaldas. Incluso supo que nunca volvería, que ella sería la que contaría su gran historia, que sería su único consuelo tras haber perdido su libertad para siempre.
15. Estaba atrapada en mis ideas, abandonada en las historias desoladoras que me contaban mis voces de ansiedad, cuyos susurros navegaban entre la oscuridad de mi habitación, atormentándome con futuros catastróficos y pasados nostálgicos. El hambre, la tristeza, el desempleo y las enfermedades comenzaban a apoderarse de mí, mi cuerpo temblaba y mis lágrimas brotaban, en mí no había ya nada que quisiera detener ese sufrimiento continuado, eterno. Mi compañera de habitación en cambio brillaba, irradiaba aquello que a mí me faltaba. Era como si toda ella estuviera decidida a arruinar mi existencia, a restregarme mi miseria, a drenar aquella faceta mía que al aparecer había ido olvidándose de mí. Una noche, leyendo unos libros extraños – ¿Qué más podía hacer con aquella apatía?– encontré una supuesta forma de poderse meter en la mente de otra persona, las instrucciones decían que primero debía estar el recipiente, o sea ella, dormido. Le hice su cena favorita y en el vino diluí unos somníferos, en unas horas estaba tirada en el suelo y yo ya había hecho los preparativos. Todo era ridículo: un espejo, signos extraños dibujados por doquier, velas. Creo que lo hice más por mi desesperación que por cualquier otra cosa. Pero mi sonrisa se borró de mi rostro cuando el espejo se tragó a mi amiga y dentro de él vi ya no mi rostro sino el suyo. Traté de recuperarla, busqué en las lecturas una forma de revertirlo pero no había nada. Desde ese día he creído vivir en su cuerpo, pero sigo siendo yo, nada ha cambiado. Solo cuando me veo, veo sus ojos y pienso a dónde se habrá ido, qué será de ella allá, dentro del espejo. Ella no lo merecía pero así un día simplemente desapareció. Su familia habló muchas veces preguntando, esperando encontrarla, yo solo les decía “un día se fue y ya no volvió”, era lo único que podía hacer por ellos. Tuve que irme de aquel departamento, me recordaba a ella. Ella de alguna forma seguía aquí, dentro de mí, la sentía, pero no sabía cómo.
16. Los ancianos son para algunos estorbos de la sociedad, para otros sus pilares. Para mí no son más que una bola de vividores que han desperdiciado muchos de nuestros años estancados en sus aposentos, drenando los recursos del mundo ¿Qué mejor forma de deshacerse de ellos sino con un virus que solo hiciera a esos lastres pudrirse más rápido en su miseria? Acabar con sus pensiones millonarias ayudaría poco a poco a equilibrar las clases sociales y la economía salvaje que nos domina. Todo sonaba magnífico y teóricamente impecable pero los malditos viejos decrépitos fueron voraces y se aferraron con sus garras chuecas y resquebrajadas a la subsistencia o más bien a la no-muerte, al continuar con su agonía en sus comunidades retorcidas de seres deformes y parasitarios. Su hambre los hizo asesinos despiadados. Algunos no sabían qué pasaba pero querían escapar de su aburrimiento en los asilos, así que fingieron haber sido infectados, otros permanecieron sentados y unos últimos se arrastraron frenéticamente. En este estado límite entre la vida y la muerte algunos espíritus abdujeron a masas enteras abruptamente, provocando en ellas voluptuosos desastres: órganos de fuera, extremidades fracturadas, choques epilépticos, derrames cerebrales y convulsiones que los hacían retorcerse de sufrimiento. De aquel vertedero de inmundicia y porquería orgánica surgió un ente colosal, hecho de una melcocha de carnes vertida en una aleación impenetrable. Aquel monstruo causó estragos interminables y dejó a la ciudad detenida. Nadie volvió a salir en meses para evitar acercarse a él o al virus que lo creó y aun así esta creatura sobrenatural encontró la forma de entrar por las cañerías y destrozar a todos los que estuvieran a su alcance.
17. Me dijeron mis padres que yo fui una bendición, que nací porque dios quiso y que desde aquel día en el hospital me han querido mucho, yo agradezco haber tenido tan buenos padres pero no sé, hay algo en mí que me dice que ellos están tristes. A veces escucho desde la distancia de mi habitación sus conversaciones: no tienen dinero para pagar mis cuidados, nunca me lo dicen y yo les insinúo que no gasten en mí, que no pasa nada, que así está bien, que así soy feliz. Ellos se esfuerzan en mostrarme que no puedo vivir así por siempre, que ellos me salvarán. Ellos quieren –lo dicen entre susurros muy tenuemente desde el lugar más recóndito de la casa y a muy altas horas de la noche– operarme ¿Por qué no les gusta mi rostro? A mí sí me gusta, yo no quiero que me hagan algo. A veces creo que no me pueden escuchar bien porque me preguntan repetidas veces, yo me esfuerzo en lograrlo pero no salen las palabras. Un día estaba buscando una pluma y esculqué el cajón de mi mamá, ahí encontré un vidrio circular y en él vi un rostro horripilante, grité, escuché pasos afuera y guarde aquel vidrio en mi pantalón. Mi madre entró de súbito y trató de calmarme, ya otras veces había gritado de la nada, ella no sabía lo que yo había visto. Después entendí que ese era un espejo y que ese rostro que me había aterrado era el mío y que por eso hablaban de lejos y que por eso nunca había visto mi rostro y que por eso mi papá me dibujaba bonita y que por eso mi madre siempre me decía que era hermosa. Desde ese día supe también por qué no me sacaban a la calle, no querían que nadie me viera, allá fura era para los otros, para los que eran como mis papás. Poco a poco fue creciendo un sentimiento de ira dentro de mí ¿Por qué no me habían dicho que era así? Harta de todo esperé a que salieran al supermercado, fui a la puerta de la entrada e intenté abrirla. Estaba cerrada con llave, ni siquiera confiaban en mí, la pateé y la pateé hasta que se rompió. Nunca había sentido el calor del sol, mi piel se enchinó, caminé, corrí de alegría (nunca había corrido). No sabía que había tantas personas en la calle, yo solo la había visto de noche, me miraban feo, un hombre se acercó y me dijo cosas que no comprendí, pero me dio miedo y corrí más rápido. Sentí mi piel quemarse, de un segundo a otro me recuerdo tirada en el suelo y a mis papás llegando, llorando. Yo no sabía que no tenía que correr y que no tenía que ver el sol y que no tenía que caerme y que no tenía que cruzar la calle. Hoy los veo pero ellos no me ven a mí, solo escuchan mis susurros y yo escucho su llanto.
18. El lugar donde vivo es un basurero, está lleno de ratas y cucarachas por doquier. No me molesta, así cuando tiro los envases de plástico solo tengo que dejar que caigan donde sea. Viene la gente de sus colonias finas y desde sus camionetas riegan su inmundicia, han llegado incluso a brincarse jóvenes a cagar sus más nauseabundas heces. Todo el día recibo camiones, ellos saben que los vertederos están llenos, que solo aquí pueden descargar. Cuando estoy aburrido le prendo fuego a todo, primero me cercioro bien de que no haya ningún animal, porque los desgraciados avientan en bolsas negras toda clase de cosas, desde perritos recién paridos, hasta los restos de sus familiares. Supongo que los que abandonan los cuerpos de sus consanguíneos es porque no tienen siquiera para pagarles una cremación. Una noche encendiendo una montaña de asquerosidades escuché unos ruidos extraños, como si fueran intentos de palabras. De las llamas vi surgir una silueta incandescente, era como si todo aquel plástico líquido estuviera tomando forma, pero no parecía tener un espíritu dentro sino ser un organismo que acabara de tomar consciencia de su existencia. Lo vi de lejos alejarse y perderse entre la podredumbre, balbuceando ¿Cómo habrá surgido aquella vida de la nada? ¿Habrá habido dentro de él algo que lo despertara? ¿Habrá en el mundo más entes como él, tan parecidos a los espíritus y tan distintos de nosotros?
19. Desde los cielos cayó una máquina que inundaba a su paso las tierras de vapores. Se ocultaba entre la densidad de las nubes que creaba. Él decidió venir con nosotros al rancho. Durante el camino las aves nos seguían desconcertadas, pero maravilladas y los perros ladraban ferozmente. De noche lo dejamos en el granero. Expulsaba un calor gaseoso sin fin, que no le venía mal a nuestras gallinas y por alguna razón ellas parecían sentirse cómodas con su presencia. Durante la madrugada escuchamos ruidos y nos percatamos de un convoy que tenía rodeada nuestra propiedad. Ellos estaban aquí por él, no había duda. Tomamos nuestras escopetas mi esposa y yo y salimos furtivamente. De pronto escuchamos un cacareo y vislumbramos entre la consistencia grisácea y aglomerada del viento plumas volar. Unos hombres buscaban aquel artilugio. En un segundo estaban tan cerca de nosotros que supimos que no viviríamos si no actuábamos a la inmediatez. Nos adentramos hacia los fluidos más concentrados, ahí donde al respirar sentimos nuestros pulmones inflarse sin descanso un aire puro. Escuchamos disparos que se desintegraban entre los cúmulos y nimbos espesos. Al llegar al núcleo de aquellas infinitas nubosidades estaba él, que nos cubrió con su cuerpo y decidido a acabar con ellos, concentró aquella potencia sobrenatural en una sola dirección. Así, un cañón de fuerza inacabable empujó hasta la termósfera a aquellos sujetos, volviéndolos millones de partículas disueltas en el espacio. ¿Qué es lo que querrá él de nosotros, los humanos?
20. Estuvimos en Indonesia supervisando el volcán Merapi los días siguientes a la explosión que desencadenó una columna de humo y cenizas de más de 6.000 metros de altura. Analizamos los gases y encontramos compuestos anómalos, de moléculas que teóricamente podrían utilizarse para aumentar la potencia destructiva de la balística china. Nos referimos a la que hace poco un equipo de ingenieros militares patentó como “cañones de plasma magnetizada”, cuyas especulaciones lograron –meses más adelante– ampliar los horizontes de estas ciencias bélicas, a través del miedo y la curiosidad. Durante la recolección de elementos notamos que algunos de los cimientos del volcán habían sido reconstruidos, que realmente no tenían miles ni millones de años, sino solo un poco más de una centena y que eran piezas imantadas desde ese entonces. Rompiendo algunas paredes encontramos conductos con compuertas hechas de metales comprimidos. Intentamos volarlas con dinamita pero no pudimos hacer ni un pequeño hoyo. Aquello era una monumental muestra de ingenio, de diseño industrial y arquitectónico: habían creado una guarida aislada completamente del calor del volcán. Estábamos admirando aquella misteriosa caverna cuando de repente al fijarnos en una de las columnas, nos dimos cuenta de que esta no soportaba ninguna estructura. Al tocarla pudimos sentir un botón, que al activarse hizo que se desmoronara una capa de fibras que fungía de camuflaje de algo colosal. Dentro había un gólem que salió de un estado de coma, efusivamente y cargando sus cañones, listo para atacar, parecían una versión evolucionada de cañones de Gauss. Detrás de él había un manual, lo tomamos rápidamente, volvimos a presionar el interruptor y pareció apagarse y ocultarse de nuevo.
21. Después de meses de haberme mudado tuve que cambiar mi teléfono porque su familia no paraba de llamarme, estaban desesperados por encontrarla ¿Quién no lo estaría al perder a su hija y no poder siquiera tener el consuelo de su cadáver? Dejé de estudiar y poco a poco de salir, no quería que me encontraran en la calle, porque yo sabía que si lo hacían no tendría el corazón para mentirles, mi cuerpo de por si temblaba, como si las lágrimas hubieran corrido por mi sangre, inundando mi interior de la tristeza que me ahogaba. No sabía qué hacer, solo pensaba en ella pero no quería verla en mi reflejo, por eso tiré todos mis espejos y tapé todos los vidrios con plásticos, cartones y tablas de madera. La casa se fue tornando una pocilga oscura. El dinero que tenía se fue acabando, de por sí no era mucho, yo veía mi cuenta vaciarse, había ahorrado toda mi vida pero ahora no veía ya aquel futuro lleno de sueños. Eso ya no importaba, era mejor que se terminara. El hambre me hacía recordar el paso del tiempo, ya no quería comer. Soy consciente de que no era mi culpa del todo y de que tal vez no era tan grave lo que había hecho, pero lo percibía como si hubiera brotado mi todo, como si esa fuera más yo de lo que era antes. Las voces se empezaron a escuchar más fuerte, ya no como susurro, a veces gritaban y ya no podía dormir, a veces la mía se perdía entre ellas, se callaba, quedaba a la deriva, como queriéndose hundir, pero naufragaba y permanecía tirada en una orilla. Dejaba las noches despegarse de mi piel perdida en ningún lugar. Imaginaba la playa tan lejana, tan vacía, solo estaba ella, de espaldas y yo corría pero ella se adentraba hacia las olas y yo la seguía. En un momento estábamos en medio de un mar sin fin, cuyo brillo emanaba desde las profundidades, como si estuviera lleno de soles desperdigados, de estrellas moribundas. Sin darme cuenta había quedado allí y las voces se habían ido. Al ver mi rostro en el agua por fin pude volver a verme. Sé que ella volverá por mí.
22. En el manicomio había un paciente con esquizofrenia que creía haber estado en este año antes, decía que el mundo se había reiniciado y que él recordaba cómo era antes. Él hablaba de una mujer deidad que habitaba en los confines de una celda. Según él, ella los observaba a todos y sus ojos estaban en todos los cuervos. Él tenía pesadillas donde se despertaba sudando porque sentía su mirada. Dentro de sus personalidades creía tener un residente monstruoso que seguía las órdenes de aquella “diosa”. Escuchaba de algo de un monte donde distintos seres mitológicos se enfrentaban y de un tal rey infinito. Nosotros tenemos que entender las alegorías que ellos imaginan pero aquello era demasiado complejo, no encontrábamos ninguna conexión entre sus historias y sus traumas. Lo internaron sus familiares cuando descubrieron que por las noches destruía su casa, como buscando algo. Había cavado allí un túnel enorme que buscaba conectarse con unas montañas. En sus cuadernos escribía símbolos extraños, a veces parecían celtas, a veces turcos, a veces árabes y otras combinaciones de ambos. Llenaba todas las hojas y después escribía sobre aquellos garabatos más y más hasta dejar el blanco en penumbras. A veces quedaba como hueco, como si todas sus voces se fueran de su cabeza. Una noche que estaba así, ido en la nada, me acerqué a él y vi en sus ojos el reflejo de aquellas narraciones, ahí estaba el espíritu morado que liberaba su gas onírico, frente a él (como detrás de mí), cuidándolo mientras no estaba, mientras iba a quién sabe dónde.
23. A las 0525 lo primero que escuchábamos además de la diana era su voz despertarnos, darnos órdenes; sus sermones al desayunar a las 0600 horas; su sabiduría en las horas de clase de 0640 a 1220; sus experiencias en la comida a las 1225; recibir sus academias de 1310 a 1455; sus gritos al tomar nuestro armamento; sus instrucciones en la plaza de maniobras de 1500 a 1625; decirnos qué rutina de ejercicio debíamos hacer de 1630 a 1755; y por último en la cena a las 1800. Nuestro cerebro tenía para descansar de él solamente de las 1800 a las 2100, cuando se anunciaba el toque de silencio. Todos éramos disciplinados por él si alguno de nosotros no seguía su mandato y entre nosotros nos vigilábamos porque los castigos siempre eran colectivos. Todo el tiempo nos estaba vigilando y su presencia era imponente, inhumana. Este coronel tenía a su mando todo un batallón (600 militares). Nosotros fuimos parte de un nuevo programa donde él era el único tutor y líder. De tanta presión yo tenía pesadillas con él y sé que no era el único, se veía en los rostros de cualquiera que estuviera aquí. Es gracioso porque incluso en las horas libres era de lo único que se hablaba: teorías, chistes, quejas pero todo de él, no había algo con tanta influencia en nosotros como aquella silueta forjada de poder. Una madrugada a las 0330 horas él nos levantó de golpe pero nos pidió guardar silencio y estar en la penumbra. Nos dijo que había entre nosotros unos seres camuflados. Ellos habían causado un apagón antes de entrar y destruido los generadores de energía de respaldo. Sustituyeron a los guardias en unos instantes. Según nos contó parecían alterarse con la luz. Al recorrer las habitaciones nos dimos cuenta que la mayoría habían sido sumidos en un sueño profundo. Aquellos entes intentaron llevarse a nuestro coronel. Con un cuchillo atravesó la cabeza de dos de ellos, pero al hacerlo su sangre quedó pegada e inmovilizó el brazo con el que los atacó. Entre más los cortaba más atascado quedaba y más lento podía correr. Dejó a muchos agonizantes y nos cubrió lo más que pudo pero una de estas aberraciones jaló su sangre desperdigada y le arrancó el rostro. En ese instante sus facciones desfiguradas dibujaron entre las sombras una mezcolanza entre él y aquellas monstruosidades, como si quisieran entrar en su cuerpo, nos dijo que escapáramos, que él estaría bien. Al mirar atrás solo pudimos distinguir un amasijo de masas despedazándose y adhiriéndose de nuevo, alcancé a tomar una muestra de aquel líquido. Después de huir supimos que aquella sangre era como el mejillón, que esas creaturas compartían características de los mitílidos. Nuestro coronel siempre se había preocupado por nosotros, sé que todavía está por ahí, vivo, en aquel paraje del infierno, compartiendo su cuerpo con alguno de esos moluscos y volveré por él, como él volvió por nosotros, como él volvió para salvar su batallón.
24. En los páramos, el paladín dorado marchaba defendiendo a los desvalidos, sabiendo que su destino sería seguir vagando en busca de justicia. Mientras escoltaba una carroza de enfermos, una silueta se posó en el horizonte de la noche, imponente, inamovible, frente a él. Aquella mirada profunda, retadora, inhumana se le quedó clavada como una maldición. Un escalofrío recorrió las pieles de los viajantes al sentir su presencia acercándose. Aquel semblante se encendió y sus llamas comenzaron a rodearlos. Los caballos entraron en pánico y al intentar huir tumbaron el carruaje. El caballero blandió su espada y les abrió un camino para que estuvieran a salvo. Ya solos aquel ser levantó su brazo y empuño su mano lentamente, mientras lo hacía, el carro se tornó cenizas que se esfumaron en la nada, por el otro lado él tomó su espada al frente y se preparó para esquivar, atacar, para lo que fuera. Estaba decidido a matar o morir. Sus ropajes eran como los de un conde, pero había algo extraño, que no encajaba del todo. Su fuerza, sus reflejos, sus instintos, no eran comparables siquiera a los de mil hombres, no había ni arco, ni ballesta con la precisión de aquel fuego devastador. ¿Quién eres tú? Preguntó el campeón abatido por el calor abrasador y entre el velo ígneo del infinito ardiente, escuchó agonizante su respuesta “soy el que purga estas tierras de las plagas y los males, soy Indra, aquel que acabó con el dragón primigenio, y he calcinado tu cuerpo porque al verte he vivido tu ira inacabable, ahora merodearás sin dolor por estos yermos. Tu muerte será tu descanso”.
25. Invoqué su nombre entre sueños, como si ya lo hubiera hecho miles de veces, como si nuestras vidas se hubieran cruzado, como si supiera exactamente quién era ella. Bajo el gotear del ventanal durante una brisa de verano recordé sus palabras y con ellas su voz dulce, su tono oscuro al decirlas. Evoqué gritos desesperados de voces en mi cabeza, que clamaban a aquella mujer. ¿De dónde salían aquellos ruidos mefistofélicos que desgarraban las paredes de mi habitación por las noches? En mis pesadillas estaba en un manicomio, encerrado, amarrado y percibía un aroma penetrante. Había muchos huecos pero entre las reminiscencias que tuve corría, escapaba y al hacerlo alguien nos detenía, ya lo había intentado antes, pero esta vez un anciano con un rostro desfigurado lo atacaba “¡Quiero ver a mi hijo!” bramaba, y el dueño del hospital acorralado lo aventaba al piso y desde su sombra emergían unas fauces abismales. Ella trató de salvarlo pero sus cuervos fueron sumidos en aquella oscuridad profunda. Para despejar mi mente salí en la madrugada con mi perro al parque, los faroles tenues dibujaban las formas sombras largas y amorfas. No había nadie en las calles así que le quité la correa para que anduviera libre. Se perdió entre la arboleda y al buscarlo vi un espejismo. Dentro de él la veía entre ruinas vagando y ella me miraba, éramos como refracciones, tan lejanas, tan etéreas. Los ladridos me arrancaron de mi ensimismamiento. La avenida se inundó de ancianos enfermos, fue algo escalofriante, tuve que correr a refugiarme.
26. Buenas noches a todos de parte de nuestra CEO Ginni Rometty y de nuestro gran equipo, es un placer estar con ustedes y presentar nuestros últimos avances. Durante los últimos años, hemos estado desarrollando un proyecto de inteligencia artificial sin precedentes que podría ayudar a la humanidad a librarse de todos sus problemas de forma integral. En esta conferencia hablaremos de los beneficios de esta investigación hecha por profesionales interdisciplinarios y de cómo invertir en esta idea por un futuro brillante para todos. Este es el principio de una nueva era, la era del hombre libre. Primero, señoras y señores, quiero contarles la historia del nacimiento de este concepto, hace ya más de 10 años. Una noche Tony Pearson, en ese entonces encargado de sistemas de almacenamiento, llegó a su casa después de una larga jornada de trabajo y prendió su televisor, al cambiar de canal vio de nuevo la partida de ajedrez en la cual Kasparov se enfrentaba a la computadora Deep blue, al ver la victoria de aquella IA, una llama surgió, una llama que todos los días fue creciendo salvajemente. Ese fuego fue desperdigándose hasta casi extinguirse, fue en ese momento que decidió dejarlo, incompleto, abandonado. Fue mucho después cuando Tony, en su puesto en el centro de atención al cliente, escuchando los problemas reales de los consumidores que descubrió una solución integral, ahí aquella brasa se volvió una luz inequívoca para todos nosotros. Hoy revelamos esta luz que nos guiará por el camino de la sabiduría, lo hemos nombrado IA W. Consiste en un ser artificial que tendrá acceso a todas las redes de la humanidad y podrá pensar las situaciones de cualquier individuo y llegar a conclusiones de forma rápida. En términos económicos podrá por ejemplo leer historiales médicos y lograr un diagnóstico más exacto que cualquier equipo médico; en empresas productivas creará un análisis de mercado en menos de una semana para determinar su viabilidad, rentabilidad y diseñar la imagen corporativa ideal para sus targets, así como controlar la publicidad; en constructoras disminuirá la mano de obra coordinando la maquinaría; en el ámbito militar estructurará estrategias que eliminarán al enemigo en cuestión de días. Y esos son solo algunos usos. La inversión inicial son tres millones de dólares. Sabemos que podemos contar en ustedes, nuestra tasa de rendimiento anual fija es del 50%, la más alta inversión sin riesgo del mercado. Muchas gracias por su atención y por último, no lo olviden, en sus manos está el destino de todos.
27. Al llegar a aquellas ruinas de Egipto me dio escalofríos, su atmósfera, su soledad, su lejanía. El calor era asfixiante, los camellos parecían cansados, las arenas se mecían como olas, la luz se tornaba en un velo que encandilaba incluso a los guías más veteranos, el sudor corría por mi rostro como si fuera a derretirse. Heliópolis, la ciudad del sol estaba protegida por su inhóspito hábitat. Algunos decían que pronto esas tierras serían compradas por empresas privadas y repobladas. “Algún día solo será un barrio más en una urbe” sentenciaban. A unos kilómetros de ahí, había un poblado de ancianos y comerciantes. Vendían joyas, vasijas, frutos exóticos y otras chácharas. Caminábamos agotados en busca de un sitio para descansar, con el ruido de las charlas retumbando en mis oídos pude escuchar a alguien susurrar “anillo de Ramses”. Volteé instintivamente y se dibujó entre la angustiante luminiscencia inagotable que me obligaba a entrecerrar los ojos una silueta. Aquel vendedor de mirada penetrante desde dentro de una pocilga oscura convencía a un extranjero de que aquella sortija empolvada era una reliquia. “Las leyendas dicen que tiene el poder de invocar a Ra” aseguraba. Me detuve y le pregunté en cuánto lo tenía, no me respondió. Aquel aristócrata embelesado por el objeto, lo contemplaba, lo analizaba. Tal vez aquel sujeto era un palero, para llamar la atención de la gente y venderlo más caro, volví a preguntar: ¿En cuánto lo tiene? A lo que respondió: no está en venta. ¿Entonces para qué lo expone? Protesté. Declaró: “El anillo elige a su portador, si desea póngaselo y si le queda, se lo puede llevar, pero no podrá deshacerse de él, la energía que emite puede consumirlo pero hasta ahora nadie ha sido digno, a mí me lo regaló un amigo, un trashumante centenario en mi viaje por el sistema ibérico, yo solo soy alguien que quiere cumplir una tonta promesa a un muerto”. Lo tomé y recordé aquellos gritos desesperados, aquella puerta azotándose, la habitación del hotel y en ese momento supe que la última vez no había terminado, que apenas estaba empezando. Le di las gracias y partí por la noche a Heliópolis con el anillo puesto en busca de respuestas.
28. Después de dos semanas de los hechos ocurridos, solicitamos a los altos mandos ser enviados a una misión para rescatar al coronel, en los documentos señalamos los detalles del armamento necesario para lograrlo y el plan para salvar al batallón y recolectar en el camino información de aquellas creaturas extrañas. Llegó en un helicóptero el día siguiente un pelotón táctico con un arsenal de sedantes especiales: granadas, munición de rifle de asalto y de francotirador. La misión era sencilla pero requería de mucha precisión: adentrarnos sigilosamente mientras los francotiradores cuidaban el área, usar los túneles más cortos para llegar a los líderes, tranquilizarlos y recuperarlos. Cuando arribamos notamos que las montañas habían comenzado a humedecerse y a enfriarse. Al estar todos en posición comenzamos el análisis del cuartel. Sabíamos que era probable no volver vivos. Nuestros compañeros que habían sido atacados por los seres no parecían estar fuera de sí, incluso no se les veía una sola marca, a excepción que aquel chapopote pegajoso usado para cerrar sus extremidades y cabeza. Primero encontramos al comandante, al cual le disparamos una bala anestésica por la espalda, en unos segundos estaba tirado y ya lo arrastrábamos entre las sombras. Después en unas habitaciones más adelante vigilamos al teniente coronel, cuya postura aparentaba estar al acecho, lo teníamos rodeado, solo tuvimos que realizar un impacto y ya lo teníamos entre brazos. Se complicó cuando descubrimos que nuestro coronel estaba en la plaza de maniobras, rodeado de cerca de 100 soldados. Tuvimos que esperar resguardados, mientras el resto llevaba unos 15 ejemplares al vehículo. Nos advirtieron que era peligroso permanecer pero él era la pieza clave, él conocía el campamento como nadie. Recibimos un mensaje, algo había acometido contra nuestra unidad y habían tenido que escapar, la armadura del asaltante era impenetrable y su camuflaje difícil de localizar hasta para los visores térmicos y nocturnos. Nos esperaría un automóvil más ligero a unos kilómetros al norte, solo tendríamos una hora para entregarlo. Por los informes estábamos más seguros donde estábamos, agazapados, casi acorralados por esos moluscos enmascarados.
29. Aparecía ante mis ojos con distintos rostros, distintas historias, distintos nombres. A veces desaparecía entre la niebla, a veces entre las aguas. No era la dama de la que los trabajadores de la presa hablaban. Su presencia era fría, siniestra. Una noche desperté adentrándome al lago con el traje de buzo, caminando hacia las profundidades. Entre la oscuridad brotaban luces. El agua emitía un calor acogedor en aquella noche desolada. Desde la orilla uno de mis compañeros me veía aterrado sumergirme, se acercó a intentar detenerme, pero no pudo, sus brazos no tenían la fuerza suficiente. El camino fue largo y laberíntico, horas nadando entre las tinieblas, rodeado de peces y corales, de plantas que se mecían por las corrientes ligeras. Cuando alcancé el límite de oxígeno y la presión fue demasiada pude ver una cueva donde terminaba la luminiscencia. Entré a aquella gruta misteriosa, que para mi sorpresa aun estando tantos metros bajo el mar conservaba una columna de gases suficientes para llenar mi tanque de nuevo. Me detuve a descansar, no habría forma de regresar a la superficie con la energía que me quedaba, de cualquier manera y fue entonces cuando la vi de nuevo. No estaba sola, desde las paredes brotaron cientos de mujeres que parecían habitar esa caverna ¿Acaso eran sirenas, espíritus? “Te hemos traído porque creemos que en ti hay algo más allá de nuestra comprensión, es algo que se siente, que existe, que tenemos que descubrir, ven con nosotras” Dijo ella mientras tomándome de la mano me llevó entre ruinas y monumentos colosales, más hacia el abismo. La penumbra dibujó una silueta titánica resguardando una puerta, bajo el único halo de luz que tenue caía sobre la inmensidad de aquel organismo mezcolanza entre serpiente, crustáceo y tiburón. Mientras me desnudaba poco a poco y tragaba el agua desesperado por sobrevivir, ella me susurró al oído “Tu destino te espera”. Al entrar en sus fauces, desde mis adentros palpitó abruptamente una masa monstruosa. Mi cuerpo se despedazó para dejar aquel ente salir ¿Quizás era yo el portador de una maldad casi incontenible, de algún ser originario?
30. Al seguir los movimientos del coronel pudimos percatarnos de que aquellos seres bivalvos estaban perforando el sustrato rocoso del cuartel militar mediante ácidos orgánicos. Habían creado un gran hueco en las habitaciones que llevaba a túneles profundos. Dentro de estos podía incluso alcanzarse a notar la roca madre. Vimos cómo algunos fijaban sus filamentos hasta ella, tal vez extendiéndose más de 100 metros. Estaban extrayendo minerales pero ¿Por qué debajo de nuestra base y no de otro lado? En los cráneos de algunos de nuestros compañeros advertimos que habían reconstituido la estructura ósea: una mezcla de hueso, del líquido adhesivo y de aquella masa muscular fibrosa, creando algo así como una máscara resistente. Ocultos esperamos el momento en que estuviera solo, después de unas horas por fin pasó. Justo cuando estaba él sentado en su silla monumental e íbamos a disparar la bala presenciamos una musculatura salir de su boca y consumir un pedrusco. Después de lo cual se convulsionó, expulsando una extraña sustancia. Aprovechando su distracción dimos un tiro certero hacia aquel músculo supe desarrollado. Para nuestra sorpresa se retrajo con una velocidad descomunal, protegiendo aquella sustancia y por detrás de los ojos soltó a presión a modo de nebulizador una nube de gas. Descargamos en él todas nuestras balas y pudimos paralizarlo pero aquella emanación pareció alertar a los demás moluscos. Entramos frenéticamente a la ventilación y cerramos las compuertas pero en la persecución estos engendros perforaron como plastilina los metales, los perforadores químicos aventaban sus sustancias mientras los perforadores mecánicos mediante sus cuerpos abrían una brecha. Al final del camino estaba un ser colosal, completamente acorazado, listo para detenernos. No habría forma de pasarlo, ni de pararlo. ¿Habrá sido aquel el organismo alfa que lideró la invasión?
31. Una noche, semanas después de la conferencia de presentación de aquella inteligencia artificial de vanguardia, comenzamos a recibir reportes de distintas colonias. En ellos se detallaban masas enormes de ancianos atacando en las calles. Al principio creíamos que era una broma de mal gusto porque ¿Cómo era siquiera posible que un anciano alcanzara a alguien incluso corriendo? Enviábamos patrullas en todas direcciones pero pasadas unas horas ya no tenía fin. Los teléfonos sonaban e invadían la estación sin descanso pero al contestar ya habían colgado. Las noticias dibujaron a la brevedad escenarios apocalípticos, “no hay sobrevivientes” “han tomado todas las rutas de acceso”. En treinta años de servicio nunca escuché una catástrofe como la de hoy, así que me aventuré con mi equipo a controlar aquel disturbio. A unos minutos escuchamos gritos desafinados, desesperados. Nos pusimos a cubierto. Esperamos apuntando en dirección hacia el grito de a media cuadra. Desde la esquina dobló una mujer y detrás de ella cerca de 20 adultos mayores, corrían algunos a pesar de su pie diabético, de sus andaderas, de sus deformidades y desde sus pechos emergían salvajes brotes de sangre que inundaban la acera de una pestilencia a vómito podrido. Disparamos y una lluvia de balas reventó los tejidos de sus cuerpos, pero no cedían así que la subimos a la camioneta y la encendimos. Al arrancar pude vislumbrar en el espejo retrovisor cómo se acercaba a gran velocidad un monstruo que despedazaba los cuerpos agonizantes para posteriormente absorberlos en su inmensidad. Su cercanía comenzó a aterrarnos, aceleré lo más que pude: “esa cosas nos va a alcanzar ¡Esa maldita mierda va demasiado rápido!” grité desesperado. De pronto, desde delante de nosotros una luz cegadora me hizo virar el volante de forma salvaje, casi tumbando el vehículo. Al instante esa luz se convirtió en una columna de fuego que impactó en aquel organismo dantesco. Calcinó una gran parte de él, aunque también logró quemar las casas de los alrededores y dejó el asfalto intransitable, burbujeante. Entre el humo y las brasas mortales surgió una figura lista para erradicar a cualquiera en su camino, gracias a él pudimos salir de allí corriendo, con los zapatos derritiéndose.
32. Cuando regreso de la universidad paso por unos departamentos despintados, sin enjarre casi, con algunos vidrios rotos o a punto de quebrarse y pienso en los años que llevan así, casi abandonados, las luces parpadeantes y con un olor penetrante a basura orgánica, a huevo, a pescado, a heces de perro embarradas. Me da tristeza voltear y ver a mis vecinos como pasmados, sentados en la mesa sin hacer nada, sin cortinas, como si no supieran hacer nada. Los primeros días que viví en esa colonia intentaba saludarlos pero no se inmutaban, al principio creía que era por maleducados, pero después comencé a sospechar que era como si no pudieran escucharme. El único departamento con cortinas siempre las tenía cerradas desde que tengo memoria. Una noche como de costumbre caminaba tarareando una canción, cuando de repente escuché un “Pssst” “¡Pssst!” que venía desde la misteriosa ventana acortinada. Al acercarme se asomó una señora sombría, pestilente, pero a la vez con una voz cálida, cubierta por el velo de las tinieblas y sonrió diciendo “diario te veo pasar por aquí, se ve que eres muy estudioso, siempre con tu mochila, te quería pedir un favor”. Se veía ya mayor y aunque me dio mala espina le dije que sí, que no había problema. “Lo que pasa es que no puedo salir porque la puerta está cerrada, desde hace tiempo se traba, antes le pedía favores a una amiga para que me trajera de la tienda mi comida pero se murió hace poco”. Yo solo asentía con algo de somnolencia, “¿Me podrías traer un pescado y unos huevos?”. Claro, respondí. De regreso ya con las cosas le entregué: “no tengo dinero ahorita, perdóname es que se me olvidó que había pagado la renta”, “no se preocupe”, ya estaba a punto de irme cuando gritó “¡espera, deja como algo rápido y te doy algo! Por favor, es importante para mí”. En eso agarró uno de los huevos crudos y lo mordió, empapándose la yema en la cara, pero aquel líquido viscoso era negro y no dejaba de brotar. Fue a su habitación y estuvo un rato buscando entre sus cajones viejos y muebles desvencijados. Las sillas polvorientas, las paredes chuecas, las puertas tiradas, el piso lleno de basura y de cucarachas hablaban de tal vez unos 40 años viviendo allí sin cuidado alguno. Al fin regresó y dijo lo siguiente: “Hace mucho que se murió mi último familiar, nunca tuve hijos, ni esposo, ni mascotas, tampoco dinero, quería darte esto porque fuiste amable conmigo”; me obsequió un libro vetusto y agregó “cuídalo mucho, hay algo en ti que me dice que te gustará”. La noche siguiente estaban limpiando el departamento los vecinos, quienes ya no parecían ausentes: velas, tripas de pescado y extraños símbolos se podían vislumbrar en el interior mientras los forenses sacaban el cadáver de aquella mujer, despedazado, con una sonrisa en el rostro.
33. Por favor, te digo que últimamente he escuchado muchas cosas raras sobre hoy, sobre lo que sucederá ¡No me mires con esas ojeras tuyas, que sé que es tarde y estás cansado pero no debes dormir! Tú sabes que soy incrédulo, que hasta pienso que la ciencia solo busca instaurar verdades hegemónicas e institucionales y que por ello están ya manipuladas, pero tienes que creerme, esto es serio. Tú sabes que investigo bien, siempre he tenido el afán de informarme, de llegar hasta la última fuente, hasta averiguar si algo es real, si los argumentos se sustentan en algo sólido, si los testigos son de fiar y he buscado por años. Lo que nos llegó aquella noche a la morgue es la prueba fehaciente de que ahora no debes dormir, no debes siquiera cerrar los ojos. Después de ese primer cuerpo despedazado y sonriente esta semana nos han saturado de cadáveres, nos han mostrado que algo anda mal. He analizado las marcas y los símbolos, los órganos y el hedor que nos invade, descubriendo que algo se transformará hoy, que la metamorfosis irrumpirá con la siguiente entidad que cruce aquella puerta. Por eso debemos cerrar y quemarlos a todos adentro, sin que quede uno solo. Porque la clave es que aquellas masas desaparezcan, para que no puedan verter sus compuestos. Estuve en estos días recopilando neumáticos, basura inflamable y gasolina suficiente para incinerar todo el lugar. Para ello tuve que ir a distintos lugares, para evitar levantar sospechas pues los datos que obtuve muestran que hay un culto muy fuerte en nuestra ciudad cuyo objetivo es despertar a unos tales “antiguos”. Si bien la ciencia ha dado una explicación a los dioses descritos en las culturas milenarias, como si ellos fueran simples representaciones o metáforas de la lluvia, el sol, las estrellas o demás; en estas hipótesis aquel animismo –criticado por creerse de individuos que no pueden diferenciar un objeto y una persona– es la variable principal, la cual defiende la idea de que la vida puede depositarse en las cosas de cierta forma. Por ello ¡No recibas hoy ningún objeto ni a ninguna persona hasta que hayamos quemado estos cuerpos inmundos! Cerramos con más de 7 candados mientras acomodábamos las preparaciones para la gran llama: tocaron la puerta: una vez, dos veces, tres y por debajo aventaron una carta llena de símbolos. No lo leas, ni lo toques. Sangre brotaba desde todos los orificios de la entrada. No le prestes atención que al terminar huiremos por los pasadillos que ellos no conocen. La sangre al tocar uno de los cuerpos comenzó a burbujear salvajemente y desde ella surgió una mano. No te aterres, le decía al momento en que un rostro se materializaba desde ese charco de sangre, emitiendo lamentos desgarradores como si pataleara nadando por sobrevivir y de repente aquel ser deforme se volvía un chapopote cada vez más denso. Encendimos la llama y aquel chapopote reaccionó de forma impredecible: se aventó al calor asfixiante creando humo y apagando el fuego; y unos segundos después nos sujetaba de las piernas, nos prensaba y nos disponía para observar el festín de los seres que la ciencia no había podido explicar, de los dioses antiguos. Él, mi colega, cerró sus ojos y al abrirlos se le saltaron hacia aquella oscuridad errante, la cual los absorbió como hizo con los más de 100 cuerpos que con nosotros se encontraban.
34. Yo solo acompaño a mujeres solitarias, que se cuentan su propia historia, que están atrapadas en su mismidad, en sus libros, en sus pensamientos. Pululo en sus horas, entre sus sábanas y entre sus piernas escucho su llanto, tratando de entender su dolor. Con el paso del tiempo ellas descubren que no soy una sombra y al percatarse de mi presencia me comienzan a amar a modo de agradecimiento por haber vivido con ellas, por permitirles desahogar sus penas en mi cuerpo. Me gusta ver cómo cambian, cómo al verse en el espejo pueden aprender a quererse. Lo noto hasta en sus pasos cada vez más seguros, más autónomos. A veces recuerdo cómo llegué a este mundo, el dolor que sentí y la mirada de aquella joven tan alegre que me sonrió bajo la lluvia al recibirme en sus brazos, en aquella casa abandonada, entre vidrios rotos y paredes inconclusas. No logro recapitular lo que ella decía que era yo, sigo sin comprenderlo. Ella se empeñaba enseñarme a bañarme, a vestirme, a cortarme las uñas pero no como a un bebé sino como a un igual, ella siempre me veía como un igual. Yo vivía en aquel lugar en ruinas porque al principio me advirtió que no podía salir a la ciudad hasta que supiera lo más esencial. En ese entonces me la pasaba esperando a que ella saliera de la escuela, yo intentaba en esas horas, entre otras cosas, caminar “normal” pues se burlaba un poco de mí y eso me daba “pena” o algo así lo llamaba ella. Entre las leyendas que me contaba había un especial apego al reflejo y sus capacidades para brindarnos la tranquilidad de ser diferentes, únicos y a partir de allí forjar nuestra identidad. “La realidad que percibimos como seres en el mundo a través de los juegos especulares, en sí no es lo que parece ser” aseguraba, mientras me explicaba que las limitaciones del pensamiento crítico dominante se basaban en la ausencia de una apertura a lo inexplicable como algo real, o posible o al menos plausible. Ella amaba descubrir el funcionamiento de la mente humana y siempre quiso sentar las bases psiquiátricas de las artes ocultas; en su camino había encontrado la forma de traerme para ayudar a sus pacientes a superar algunas de sus enfermedades, entre ellas la depresión. Años más tarde una mujer que fue a su consulta la siguió sigilosamente hasta encontrarme: tomó fotos sin que ella se diera cuenta. Al ver a aquella visitante le conté al oído que nos estaban observando. Esa noche me llevó a su casa a escondidas y me tejió un rostro. “Nos mudaremos antes de que la gente sospeche de lo que he hecho, algún día podrás salir a la ciudad sin preocuparte” me susurró mientras me abrazaba. Tuvo entonces la idea de contarle a su novio sobre mí, no se había atrevido porque tal vez se habría asustado. Al inicio nos hizo muchas preguntas, no sabía que ella tenía el poder de hacer algo tan sorprendente. Decidieron con el paso de las temporadas tener una hija. Eran una pareja muy feliz. Una tarde cuando estaba cuidando a su hija vio el brillo en mis ojos y supo que podría valerme por mí mismo, que era justo que yo tuviera alguien a quien amar. Ese fue el primer día que pisé la acera solo como un hombre libre.
35. Después de explorar las cuevas australianas y haber descubierto los seres que se ocultaban entre las montañas, llamados por ellos mimis, delegamos ese proyecto al Centro de estudios antropológicos de la mitología universal, institución que más tarde y sin consultarnos al respecto lo vendió, probablemente bajo presión o por una montuosa cantidad, a un corporativo cuyo nombre permaneció como confidencial. La razón por la cual dejamos en sus manos esa información fue porque nuestro campo era más la física electromagnética que cualquier otra cosa y ese fue solo un extraño fenómeno aislado, sorprendente, sí, pero que sería estudiado de forma más profunda por especialistas de las tradiciones ancestrales. Partimos entonces a nuestro segundo destino para atender un llamado. Llevamos el reactor de luminiscencia a Japón para ayudar a un colega con su investigación de radiación electromagnética, cuyos niveles habían ido en aumento desde la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki. Uno de los principales problemas ahí eran los rayos gamma y cómo habían afectado generación tras generación tanto a humanos como a los pocos ecosistemas que seguían existiendo. Una de las particularidades de este tipo de fenómenos es que pueden dañar el núcleo de las células a tal grado de destruirlas y de eliminar todo tipo de bacterias y virus, por lo cual usamos trajes especiales para evitar el contacto. Ahí pudimos adaptar nuestro reactor para ampliar su detección de niveles electromagnéticos, lo cual nos daba imágenes más claras respecto a los espectros de luz invisible ante la mirada humana. Lo que vimos cerca de la puerta de Nagasaki fue triste y a la vez majestuoso. Cambiando las frecuencias de nuestro invento pudimos contemplar distintos panoramas, como si las remanencias de ondas electromagnéticas arcaicas guardaran el registro de las épocas que ahí sucedieron o como si hubiera una forma de entrecruzamiento entre ellos o algo más extraño. Entre estos parajes apreciamos desde animales hoy extintos hasta ciudades antiguas nunca antes vistas, tal vez del 4500 ac. Cientos de imágenes habíamos descodificado en unas horas cuando al analizar las siguientes frecuencias revelamos los segundos de la explosión y a los más de 100000 muertos, como congelados en el tiempo. Entre toda la destrucción, pudimos percatarnos que del gran portal que había resistido el genocidio llegaban seres monstruosos, deformes, que parecían espíritus, tal vez aquella gran energía había desestabilizado tanto el electromagnetismo de la zona que había abierto las posibilidades a lo desconocido. Estos seres incomprensibles parecían haber sido guiados a nuestro mundo por un enorme ogro enmascarado con vestiduras de monje, una figura enigmática pero a la vez dotada de un semblante de quietud y sabiduría milenaria. Requeriremos más pruebas para entender este fenómeno.
36. Unas semanas después de haber visto a los forenses llevarse el cuerpo de aquella anciana que me había dado ese libro tan extraño, decidí por fin echarle un ojo. Lo hice en una noche tranquila y lúgubre, a puerta cerrada, bajo llave, sin saber muy bien qué esperar de una total desconocida. Era un texto vetusto, voluminoso y con hojas desperdigadas por todos lados, estaba escrito a mano, por distintas personas y las hojas estaban atascadas de texto de tal forma que tapizaban cada milímetro de la superficie, era agobiante incluso intentar leerlo, la letra era minúscula y las figuras muy complejas. Me intrigó de tal forma que busqué por horas el significado de aquellos garabatos. Parecían palabras de distintos lenguajes empalmadas de forma metafórica y encriptada, ya que en sí mismas ninguna parecía tener sentido, coherencia ni relevancia. Entre las superpuestas había runas y letras al revés, lo cual me dio la idea de poner el libro frente al espejo, ahí pude percatarme de una estructura más concienzuda: este relato era un laberinto sintáctico y discursivo, la lógica de las hojas era conectar algunas e ir acomodándolas de forma simétrica para continuar el orden natural de las ilustraciones, para ello había unos juegos especulares para los cuales requería de 2 espejos, uno frente al otro. El reloj marcaba las 3 de la mañana ya, mientras balbuceando las oraciones una y otra vez, me recostaba en el piso a descansar un poco. Al despertar unos minutos después me percaté que desde el reflejo enmarañado de los espejos se desbordaban miles de panoramas, hasta detenerse en uno. Este mostraba unas montañas desoladoras, siniestras, con una armadura como del inframundo. Aquella coraza de cíclope errante que susurraba cada vez más estrepitosamente, logró que el espejo absorbiera gran parte de lo que en mi cuarto había. Rápidamente rescaté el libro que estaba siendo jalado por el tifón. Algunas páginas se perdieron entre distintas partes, tal vez de otras dimensiones, otras cayeron en aquel lugar aciago, a los pies de esa silueta que parecía querer entrar a mi habitación. Lo pateé lo más fuerte que pude pero presionó con tanta potencia mi pierna que sentí cómo la sangre se atascaba, se paralizaba y comenzaba a inundar el suelo. Dentro del libro debía haber una respuesta, una forma de cerrar ese portal, pero ¡¿Cómo iba yo a saber dónde estaba?! Escuché pasos afuera, primero adormilados por la hora, enseguida se convirtieron en chancletazos erráticos. Tocaron la puerta de mi cuarto, eran mis padres desesperados porque habían escuchado ruidos aterradores, ¡abre la puerta, hijo! ¡¿Qué estás haciendo?! Entonces busqué de forma frenética una palabra o frase más o menos compresible en aquel tomo, hojeé las más de 1000 páginas y vi en una de ellas un “speculo”. Recité el verso que la contenía repetidas veces con la esperanza de que ello bastara y rompí el espejo. Me desmayé. Entre los brazos de mis padres, el charco de sangre y los vidrios rotos me levanté de golpe, no quedaba ninguna prueba de eso que había pasado y mis padres creyeron que había sido una manera de lesionarme a mí mismo, me cuestionaron por el libro ¡¿De dónde sacaste esto?! Mi madre parecía angustiada, abatida: ¡¿Te estás volviendo loco como tu tía?! ¡Así empezó ella, desvelándose y lastimándose! ¡Necesitas ayuda psiquiátrica!
37. Recuerdo a mi madre como el día en que la vi por primera vez, con sus ojos enamorados y su sonrisa fugaz, pensando en un futuro resplandeciente para nosotros, mirándonos como agradecida por haber podido entregarnos la parte de su vida más suya, en la que fue quien quiso ser. No sé cuántos años teníamos, no sé cuándo comencé a recordar aquella niñez dorada, donde todo lo tenía porque habíamos sido cobijados por su abundancia y sagacidad. Ella amaba mucho a mi padre, así como él a ella, a veces yo los escuchaba en su cuarto recitarse poemas y besarse con cariño, hablar sin fin. Con la puerta entreabierta, entre las sombras, se vislumbraban durmiendo abrazados. Salían de viaje a distintas partes del mundo y regresaban con muchas fotos, siempre juntos y hablando de historias bellas. Sus cajones estaban llenos de objetos extraños, símbolo de su amor y nosotros recibíamos esa energía, esa sublime calidez. La noche que mi abuela materna murió, fue la primera vez que una lágrima salió del rostro de mi madre, pero desde entonces su tristeza inundó su corazón. Mi padre la acompaño en su dolor, pero esa depresión no se fue en un largo periodo y logró que lo que habían construido por tantas primaveras se fuera desmoronando. No sabemos qué fue lo que descubrió en el cadáver de aquella descendiente lejana de la dinastía irlandesa pero poco a poco las palabras entre mis padres se fueron afilando hasta herirse y detener la circulación de aquella sangre que bombeaba pasión salvajemente. Por suerte una amiga habló con ella cuando alcanzaba sus peores momentos, el lapso para que ello sucediera fue largo pero la convenció de deshacerse de esa pena, hasta recuperar un poco aquella alegría tan suya. Me preocupó tanto ese hecho, esa repentina tragedia, que le di vueltas y vueltas, porque fue como si mi madre se hubiera transformado de la noche a la mañana al ver aquel cuerpo lleno de ira en el ataúd ¿Qué fue lo que la llevó a morir así? ¿Por qué cargaba mi abuela ese odio hacia todo? Hace poco me brotó una lluvia de preguntas sobre ella ¿Quién era? Me di cuenta de que no sabíamos nada de la familia de mi madre, excepto que algunos familiares habían estado en el manicomio que había erigido nuestro remoto ascendiente, el conde irlandés. Era como si todos los registros, historiales y biografías hubieran sido borrados ¿Para qué? ¿Qué ocultaba él? Al buscar entre los papeles del testamento encontré que mi abuela le había dejado una carta a mi madre aquella noche: “Hoy siento una desesperación horripilante, la sensación de que me está asfixiando la furia. Como lo hizo mi madre y la madre de mi madre, y la madre de la madre de mi madre, te entrego esta carta para decirte que te amo, pero que no debes olvidar que en tu sangre existe un odio que no es tuyo, no puedes seguir escapando de él, porque si no, terminará corroyéndote. Este rencor milenario te llevará a la verdad y la justicia. No estés triste por mí, que yo estaré velando por ti, la última heredera de la estirpe Kyteler”.
38. Han pasado 10186 días desde que nací, alrededor de 244464 horas, de las cuales probablemente he estado 81488 dormido. He estado estudiando al menos 253 días por año durante 17 años, 5 horas al día, lo que a lo poco serían 21505 horas. El tiempo que me queda por vivir tal vez es menos de 455520 horas, por lo que tal vez ya he vivido más de un tercio de mi vida. Pienso esto mientras estoy tirado en la cama, derrotado, lejos de toda esperanza, a las 4 de la mañana, con los ojos fijos en el cielo. Me he acostado desde la 11 de la noche y en estas 5 horas solo recuerdo haber estado inmóvil. Mañana será diferente: leeré un libro, buscaré un trabajo mejor, terminaré más temprano y no dejaré que la mañana y la tarde fluyan hacia el abismo de la nada, hacer algo útil, importante, relevante, diferente, para que no sea como hoy, ni como ayer. Puede que otras veces haya tenido esta idea en tristes madrugadas, pero pocos son los días que he tenido esta fuerza tan aplastante sobre mí, esta presión, estas ganas de salir de la miseria, de esta cama que parece llevarme hacia la perdición. Poco a poco fui durmiendo menos, como si fuera una forma de regresión. Dicen que entre menos dormimos más probabilidades tenemos de deteriorar nuestras funciones cerebrales, de alucinar, de perder la cordura y de pronto aquellos bordes de la realidad se fueron deshilachando hasta ver en mi colchón una plaga como de chinches. Una plaga no sé si fruto de mis alucinaciones o de la suciedad que se acumulaba entre las cosas tiradas, pero no paró ahí, fue como un viaje a través de millones de años, minuto a minuto, como una convulsión epiléptica a través de una infinidad de fotogramas, de símbolos, de sentimientos y de instintos. Vi una serie de bestias antiguas, seres de los océanos más profundos, como si las más aterradoras imágenes de un mundo prehistórico estuvieran despertando en las profundidades.
39. Intrigada por el reciente descubrimiento de una serie de cadáveres de miles de años de antigüedad cuyas facciones no coincidían con las de otros restos de lejanos milenios y cuyos artefactos enigmáticos perturbaban nuestras investigaciones y nos abrían a nuevas hipótesis sobre nuestros antepasados, tuvimos que repensar las teorías ya comprobadas hasta cierto punto, pues no había explicación coherente para soportar estas nuevas actualizaciones desde las perspectivas tradicionales. Más de 315000 años tiene el homo sapiens sobre la tierra y aun así, casi siempre se nos dice que el hombre moderno comenzó a desarrollar su intelecto solo desde hace 160000 años. Lo que llama la atención sin duda es la poca evidencia que tenemos para comprobar aquella diferencia tan pequeña entre los primeros y los segundos. En nuestros días apenas vislumbramos ciertos análisis certeros que nos hablen de especímenes de una forma más objetiva y descriptiva, y sin duda estas novedades encontradas hace apenas unos días en una excavación de la empresa Geist en una zona arqueológica cercana a Alemania es una manifestación de lo desconocido que sigue siendo el camino de la humanidad para nosotros. Mientras estaba perdido en estas dubitaciones y trataba de realizar una comparativa química en aquellos instrumentos encontrados, mi colega, de la división antropológica me miró con un rostro severo que vislumbraba una brevísima sonrisa mientras me contaba lo siguiente: “hemos averiguado que los símbolos son antecedentes de las runas y estos objetos son pertenencias de un erilaz, al parecer los escandinavos no fueron los creadores de ese sistema de escritura, pues estos hallazgos podrían datar de acuerdo a las especulaciones lingüísticas de hace más de 190000 años” “¡¿Eso quiere decir que…?!” “¡Sí, ya desde esa época pudo haber existido una creencia en la magia y una escritura para heredar su pensamiento mágico!”.
40. Volvía de la universidad por la tarde cuando de repente en el asfalto vi un gato pequeño, tal vez de tan solo unos meses a medio atropellar, todavía moviéndose un poco, con unas tripas de fuera y maullando como en un estado de shock, con lo poco que le quedaba de vida. Sentí mi corazón aplastarse de tristeza y decidí recogerlo para llevarlo a un veterinario, a pesar de estar moribundo no dudó en rasguñarme ferozmente, por lo cual decidí envolverlo en mi suéter para poder transportarlo. Con aquella criatura casi agonizante entre mis brazos, con sus órganos chorreando mi camisa, llegué alborotado, desesperado, a buscar ayuda. Al revisarlo me explicaron que estaba muy grave, acomodaron lo que pudieron para mantenerlo más horas con vida y me dijeron que tenía dos opciones: dormirlo para que no sufriera o esperar a la mañana siguiente al cirujano para tratar de darle unos meses con ciertas deficiencias. Elegí hacer una cita para operarlo alrededor de las 6 de la mañana, le dieron unas medicinas para infecciones y el dolor y regresé a mi casa con él abrazado, un poco más tranquilo. Por la noche lo escuché agonizar y supe que no llegaría a mañana, por lo que busqué las páginas del libro que mis padres me habían quitado, pues tal vez algunas habían quedado desperdigadas en mi habitación. Por suerte hallé unas diez. Me dispuse a intentar descifrarlas, para saber si entre aquellas palabras había algo que pudiera curar a ese cachorro o al menos mantenerlo vivo unas horas más pero era tan complejo que no tenía solución ni coherencia, pues aunque yo creía que lo había entendido un poco la última vez ahora se presentaba como un enigma. Fue como si mi memoria se hubiera borrado parcialmente, pues solo recordaba que las había acomodado de forma geométrica y que estaba en distintas lenguas de forma aglutinante, había sido escrito por distintas personas y en diferentes tiempos, de eso estaba seguro. Una larga madrugada de hipótesis me hizo pensar en distintas soluciones: leer de forma vertical, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, en diagonal, empalmar las páginas, buscar como si fuera una sopa de letras, leer en círculo, de dos en dos sílabas, intercalando. Al borde del hartazgo y la desesperación encontré un patrón. La idea me llegó pensando en los registros de brujas a través del tiempo –el gato ya daba pocas señales de vida– donde el símbolo más dibujado era el de la estrella de Adán al revés y pues claro, solo se debía dibujar, notar el orden y definir cada lado como una parte del texto: así la primera letra sería la quinta de la primera línea; la segunda sería la tercera letra de la tercera línea; la tercera sería la segunda letra de la primera línea; la cuarta sería la quinta letra de la segunda línea y la quinta sería la primera letra de la segunda línea. Noté después que cada palabra se conformaba de 5 letras, por lo menos en esta sección del tomo que no estaba escrito en runas ni al revés como lo que había leído anteriormente, sentí los brevísimos latidos de aquel felino desahuciado. Esta vez, por precaución decidí no conjurar las oraciones hasta saber de qué trataban, aunque claramente leyendo aprisa. Busqué en el traductor secuencias y encontré una interesante, que hablaba de cómo mantener a un ser sin morir. No pude haber hallado algo mejor. En unos minutos dibujé un pequeño símbolo en el suelo, debajo de él y exprimí mi pierna para darle una porción de sangre que se necesitaba para que sobreviviera unas horas más y funcionó, totalmente. A la mañana siguiente lo llevé al cirujano y me dijo que sería sencilla la operación. Todo salió bien, en unas horas estaba caminando junto a mí por la ciudad. En eso una desconocida se acercó con una mirada seria y me dijo “Oye, ese es mi gato ¡¿Dónde lo encontraste?!”
41. ¿Cómo podría haber imaginado que mi madre nos ocultaba algo? Si siempre estaba alegre, tranquila y durante el tiempo que cambió solo pareció ser un duelo por la muerte de mi abuela. Yo nunca vi en mi madre el odio que mi abuela escribía que estaba en nuestra sangre en aquella carta. ¿Habrá sido porque ella estaba en negación de su verdadero yo? ¿O porque mi abuela había alcanzado un estado de demencia senil en el que sus delirios la habían arrastrado fuera de nuestra realidad? En las primeras noches después de su muerte oí un ligero picoteo en las ventanas que me despertaban asustada, al voltear no había nada. “La última Kyteler” ¿Qué carajos significaba eso? ¿Por qué habría de llevarse eso a la tumba mi abuela? ¿Qué sería aquello tan grave que ella no pudo contarle a mi madre por más de 40 años y que mi madre no me pudo contar a mí jamás? Le pregunté a mi padre pero nunca le contó a él nada de eso. La carta la había guardado mi madre en un cofre del testamento de mi abuela que mantuvo cerrado por más de 10 años, las instrucciones decían que jamás debía ser abierto, advertencia que mi padre y mis hermanos respetaron, de cierta forma yo creo que ellas ya sabía que sería yo la única que podría abrirla. Junto a dicha carta había una serie de objetos ceremoniales y líquidos en botellas finas. En las noches siguientes comencé a escuchar las ventana y la puerta de mi cuarto azotarse y las cortinas danzar con el viento, cada vez más fuerte. Al cerrarlas veía en el árbol de enfrente una lechuza mirándome de forma escalofriante. Busqué y no había información de ningún tal Kyteler ni en mi familia ni en el pueblo donde siempre vivimos, el bibliotecario me recomendó ir con un historiador antropólogo que vivía en la orilla del lago, me contó que era algo especial y que casi nunca estaba, por lo cual debía llamar antes para hacer una cita. Su voz era profunda y al mencionar mi verdadero apellido sonó intrigado, me dijo que la tarde siguiente lo buscara en su cabaña porque estaba en un viaje de investigación. Reforcé las ventanas y la puerta de mi cuarto para que no se volvieran a abrir de nuevo, de tal forma que quedara perfectamente hermético. Como las noches anteriores, me acosté aterrada, esperando que el tiempo pasara rápido, que amaneciera más temprano. En unas horas a pesar de la preocupación, pude conciliar el sueño por el cansancio que arrastraba de otros días. Más tarde escuché una serie de picoteos, más intensos, más veloces que otras noches y el chirriar de las lechuzas. Tapé mi cabeza con la almohada, pero aquel estruendo aumentaba. De repente el crujir de la puerta me hizo volver mi rostro y con un escalofrío espantoso admiré una parvada de seres de pesadilla, que se posaron a mi alrededor entonando un cántico desafinado y retorcido. Mi corazón se aceleró, y a través del pánico y la furia que me inundó, agarré una de esas monstruosidades y la zangoloteé hasta arrancarle la cabeza. Las demás me atacaron pero a la segunda le despedacé las alas, a la tercera la estrellé contra el suelo hasta sacarle las tripas y las demás huyeron. El suelo se embadurnó de una sangre asquerosa, vetusta e imposible de quitar.
42. Nació en una noche complicada, en la que se escuchaban disturbios cerca del hospital. Una noche caliente, como si de la tierra emanara una energía ígnea. La médica, los enfermeros y yo sudábamos como si nuestra piel se fuera a derretir. Por un momento creímos que ella iba a morir deshidratada, pues incluso las paredes del edificio parecieron perder un poco la forma, por lo que tuvimos que alejar la cama de las orillas de la habitación. Hervían y la piel encandecía con solo tocarlas. Escuchamos una patrulla y acto seguido oímos cómo se volteaba. En ese momento un rayo pasó por la ventana y derritió la ventana. Afuera la atmósfera era peor, ya que aquel extraño fenómeno había hecho burbujear nuestros alrededores: el asfalto, las casas, los carros, los árboles, los monumentos y los semáforos. Estábamos en un tercer piso, no me imagino el infierno que debieron sufrir los de niveles inferiores. De pronto tembló y pasó por el agujero de la antes ventana una masa de seres, gigantesca, quemada. Aquel rayo había sido sin duda llevado a cabo para herirlo. Introdujo un brazo colosal a la habitación para tratar de escabullirse de lo que sea que lo estaba cazando y al hacerlo aplastó a uno de los enfermero y lo absorbió dentro de sí. Los demás intentaron ayudarme a salir pero fueron jalados por ese monstruo hacia la calle. Advertí desde lejos el crujido de su cráneo contra el pavimento y aterrada intenté huir. Contemplé su rostro entrando lentamente. Mi hija no gritaba, lo veía, le sonreía y entonces con una extraña confianza me quedé con ella. Desde dentro de aquella cosa surgió mi madre, ¡Sí, mi madre perdida! y comenzó a hacerle arrumacos tiernos, pero fue como si a mí no me hubiera reconocido siquiera, ¿Dónde había estado ella todos estos años? Se despidió con un beso en su frente y después volvió a fusionarse con esa mezcolanza de carnes. Mi bebé entonces tornó su rostro serio y un instante después esa materia desconocida remontó la marcha hacia el horizonte. Nunca más volví a ver a mi niña sonreír así y nunca más volví a ver a mi madre.
43. Mientras compraba frutas y verduras en el mercado, advertí de lejos una mirada clavada en mí, no supe de dónde venía, pues entre tantos compradores no se podría distinguir. Me escabullí entre la muchedumbre, pues buscaba todavía otros ingredientes para cocinar, pero esa sensación no se iba. Entonces entré súbitamente a la pollería, para perderla. Recordé aquella noche tan perturbadora, el vuelo de las plumas por doquier, mi cuerpo en frenesí y no pude más que salir corriendo ya que en aquellos cadáveres veía todavía a esas monstruosidades. En la vereda del bosque ya al atardecer apareció una joven misteriosa que comenzó a seguirme entre las sombras de los árboles mientras me cuestionaba: Joven misteriosa: ¿Cómo te llamas ahora? Yo: (solté una breve risa nerviosa) siempre me he llamado igual, Amelia Williams ¿Y tú, cómo te llamas? Joven misteriosa: ese no es tu nombre, te llamas Brid Kyteller ¿No te dijo tu madre, ni la madre de tu madre? Por lo menos sabías tu apellido, de eso estoy segura. Amelia Williams: ¿Qué? ¿Quién eres tú? ¿De dónde sacaste ese apellido? Joven misteriosa: me llamo Ena Le Poer y por lo que vi en la pollería tengo unas sospechas sobre ti. Amelia: ¿Sospechas de qué? ¿Qué viste? Ena: creo saber exactamente lo que has vivido: el viento aciago, las puertas que se azotan, las aves aterradoras que parecen lechuzas, la sangre que no se va. En tus ojos puedo ver todavía las sombras que te atormentan. Amelia: ¿De qué hablas? (pregunté ya preocupada) Ena: esos seres no se van a ir. Llegarán más y más. Sé que piensas cambiarte de casa, huir. Pero te seguirán a todos lados. Son implacables, son infinitos, tienen muchas formas. Amelia: ¿Por qué algo me seguiría? ¿Qué quieren de mí? Ena: ellos saben lo que eres, la última descendiente de las Kyteller. En cuanto escucharon tu verdadero nombre te encontraron, si no querías saber de ellos, si no querías perder a tu madre, ella nunca debió abrir esa carta, así como tampoco tú debiste haberlo hecho. Tu nombre los enfurece, les recuerda su historia, tú historia, la historia de todas tus madres, de todas sus madres. Amelia: ¿Cómo sabes todo eso? ¿Qué tiene mi nombre? Ena: es de cierta forma como una deuda. Esos adefesios fueron a tu casa a cobrarla, ellos quieren matarte y de entre la carroña devorar tu espíritu, así como engulleron el de tu madre, y el de la madre de tu madre. Ellos te odian, te temen y no solo a ti, a toda tu ascendencia. Amelia: ¿Y qué puedo hacer? Ena: te ayudaré a encontrarte a ti misma, a encontrar los pasados que tienes que encontrar, pero para ello debes prometer que me ayudarás porque así como tú necesitas de mí, yo necesito de ti. Amelia: lo pensaré (dije mientras todavía desconfiaba de ella, mientras todavía aun sabiendo todo eso me negaba a imaginar que aquellos monstruos volverían a tocar mi ventana). Ena: ellos te visitarán esta noche, al menos déjame acompañarte, déjame mostrarte de lo que eres capaz, de lo que soy capaz. Amelia: ¿Nadie te espera en casa? Ena: No, vivo en el bosque, nadie me espera, nadie me conoce, nadie me ha visto más que tú y en su tiempo tu madre. Ella me dijo que si algo le llegaba a pasar, que si escuchaba su apellido salir de tu boca, que si las lechuzas tocaban a tu puerta, que te buscara, que te cuidara. Amelia: ¿Qué le pasó a mi madre? Ena: no lo sé, una noche se fue y no volvió. Pero juntas lo podemos averiguar. Amelia: está bien, puedes venir a mi casa. Ena: será un honor para mí poder protegerte, Brid Kyteler (dijo con una voz y un rostro solemne).
44. Después de aquel gran descubrimiento de cadáveres casi en perfecto estado, notamos un patrón que nos dio pistas para poder desenterrar más sobre nuestros antepasados más lejanos en distintos continentes. Sabiendo que la magia y el animismo nos habían acompañado desde hace más de 190000 años y que los entierros de esos seres ancestrales habían sido dotados de objetos extraños, probablemente simbólicos, nuestra tarea era desenmascarar las creencias de las tribus nómadas. Recabamos entre distintos equipos especializados información sobre las jerarquías de aquellos grupos humanos al hacer una excavación profunda en Georgia, no muy lejos del yacimiento de los homínidos de 1.8 millones de años. Haciendo la conexión de algunos eventos de distintos tiempos, apilados en niveles diferenciados por kilómetros verticales, desde aquel tiempo de millones de años, hasta el 190000 de los recientemente estudiados, encontramos que si bien volvían para recolectar los frutos de la temporada y para huir de condiciones climáticas adversas, en realidad su verdadera motivación era el culto cíclico a los monolitos y los cielos. ¿Qué buscaban ellos en los monolitos y los cielos? La mayoría de las creencias siempre nos empujaban a pensar que era hablar con los dioses pero lo que nos decía esta evidencia reciente era que ahí sucedían fenómenos sobrenaturales: los cuerpos próximos a ellos, habían desarrollado una composición química distinta y todos los elementos en el área presentaban una serie de anomalías. Las migraciones tenían un orden programado. El hombre no era libre, pero este nunca mencionó qué fue lo que esclavizaba sus acciones, tal vez por lealtad, tal vez porque no sabían quiénes eran los que los controlaban. Sonrío sabiendo que estamos desenmarañando un misterio milenario, pero me preocupa lo que podamos averiguar en las profundidades. Lo que siempre habíamos creído que era una alabanza a las deidades parecía ser en realidad un tributo a formas de vida desconocidas, del cielo y de la tierra, tal vez incluso no a seres como tal, sino a espíritus errantes.
45. Al llegar a casa cerramos puertas y ventanas. Mi padre todavía no había entrado a mi habitación y la sangre que la inundaba no se había ido aún. Ena buscaba entre las paredes de forma metódica y milimétrica: Amelia: ¿Qué esperas encontrar? Ena: La forma en que ellos te encuentran es mediante una secuencia de símbolos que marcaron hace muchos años, tal vez siglos. Alguien los marcó tal vez para vigilar a tu abuela o tu madre y los escondió muy bien en tus alrededores. Dependiendo el número de sellos es la cantidad de monstruos que pueden invocar en una zona, la lejanía desde la que pueden hacerlo, las especies, la magnitud y la magia que necesitan utilizar para lograr controlarlos, dotarlos de habilidades, fuerza o inteligencia. Amelia: ¿Entonces esas bestias no vinieron solas? Ena: no, el que las invocó esperaba que murieras sin saber quién eras, lo último que supe de tu madre antes de irse es que quiso una tregua, con tal de salvarte. Quise acompañarla, pero le prometí que te cuidaría. Amelia: ¿Pero entonces esos seres que me odian son las lechuzas o sus invocadores? Ena: todos, algunas de las lechuzas antes fueron humanos o brujos u otros animales. Cuando son llamados, ellos acuden en parte porque es inevitable huir del pacto, en parte para volver a vivir o satisfacer sus instintos primigenios, en parte para ser libres, en parte porque desean vengar su muerte. Amelia: ¿Pueden devolver a la vida a alguien? Ena: de cierta manera, pero no del todo. La mayoría de los que vienen son esclavos que a través del tiempo perdieron su identidad, su esencia, su forma en su camino a la liberación de sus espíritus. (Un rayo de luz se postró entre las cerraduras de la ventana) Espera (se asomó sigilosamente y en los árboles que circundaban la cabaña vislumbró aquellos adefesios esperando para atacar). No te muevas (susurró, mientras desde sus bolsillos sacaba una daga) préstame tu mano. Amelia: ¿Ya están aquí? ¿Qué es lo que harás? Ena: No sabemos dónde están los sellos pero podemos detenerlos una noche más con esto (toma la mano de Amelia y le hace un corte en la palma, Amelia sofoca el dolor, Ena esparce la sangre en patrones simétricos y pronuncia unas palabras inentendibles). No está funcionando (susurra, acto seguido comienza a escucharse el salvaje estruendo de una gran parvada). Amelia: ¿Por qué? ¿Qué es lo que ha sucedido? (las sombras inundan la miserable luz que se colaba entre las maderas y los clavos). Ena: no lo sé (dice desesperada). Siempre funciona. Hace mucho que no lo hacía pero no había fallado hasta ahora. (Los ruidos en el exterior se intensifican, los picoteos, los rasguños saturan el ambiente). En ese momento la puerta se abre lentamente y entra una dama con un extraño parecido a Amelia, se acerca con unos ojos profundos, clavados en Ena. Ena: ¿Adara Le Blunt? ¿Qué haces aquí? (pregunta sorprendida; los vidrios se rompen y se asoman entre los refuerzos de la ventana esos rostros del abismo, esas aves deformes sin ojos). Adara: ese tipo de magia no servirá de nada aquí, nuestros tiempos dorados han terminado. He viajado hasta aquí para decirte que han encontrado la forma de detener nuestros hechizos o al menos de debilitarlos. (Las lechuzas se estrellan contra los refuerzos, aflojando los clavos). Hay algo allí afuera que nos deja indefensas, se han fortalecido. Ena: ¿Y has venido hasta acá solo para augurarnos la derrota? ¿Para morir? Adara: no, estoy aquí para sobrevivir, para acabar con ellos. Amelia: ¿Pero sin esa magia cómo los venceremos? (Se nota que no le queda mucho para que destruyan lo que queda de la ventana). Adara: en tu sangre hay algo que no tenemos nosotras, fluye en tus venas un odio milenario. Este suelo embadurnado de los fluidos de estos seres nos debilita. Las lechuzas que te atacaron ayer cumplieron su cometido al morir. Tendremos que salir y ahí con tu rabia, lo que queda de mis rayos y las llamas de Ena nos abriremos camino hacia lo que sea que esté limitando nuestros poderes. ¿Estás lista? Amelia: no lo sé, ayer no pude controlarme, no supe siquiera qué sucedió exactamente. ¡Tengo que salvar a mi padre! (dijo mientras súbitamente recordaba que no se había ido esta noche, que partiría hoy al amanecer). Ena: si nos quedamos aquí moriremos todas, nos devoraran y no dejarán nada de nosotras. ¡Tenemos que irnos! ¡Lo más seguro es que tu padre ya esté muerto! (grito y salió corriendo, jalando a Amelia con una fuerza descomunal). Amelia: ¡No! (gritó desesperada). ¡Tenemos que salvarlo! Al salir, las aves entraron a su habitación y lo destruyeron todo, no eran como las aves de la noche anterior. Eran esperpentos interminables, inagotables, frenéticos. Amelia intentó salvar a su padre pero cuando miró por un pequeño hueco encontró una masa de monstruos despedazando su cuerpo que yacía en su cama. Entonces aquella ira volvió a dominarla y entró a arrancarle la cabeza a esos espantajos, pero ella no sabía que sus afilados picos le harían brotar su sangre a borbotones. Ena la intentó agarrar para escapar pero Amelia en su alboroto la hizo retroceder. Fue entonces que decidió Ena incendiar la habitación, quemando a todos esos engendros y a Amelia con ellos. La sangre de Amelia la protegió y la hizo entrar de nuevo en razón. Pájaros infinitos por todos lados aparecían aterradores. La oscuridad se propagó hasta el último rincón de la casa. Las tres se cubrieron las espaldas sabiendo que esta sería una larga noche, una larga y horripilante noche como ninguna otra.