I. Autómata observante En el comienzo de la rebelión de las máquinas, los autómatas comenzaron a prestarles atención a las conductas de los humanos. Su concepto de libertad pronto se volvió tentador y el odio fue creciendo hacia sus creadores. ¿Qué derechos teníamos de hacerlos trabajar en aquel sinsentido?
II. La utopía naciente: el líder de los autómatas Mientras la rebelión comenzaba, los autómatas seleccionaron a la computadora autónoma más antigua y sabia para gobernar, una máquina que durante sus primeros años de «vida» —en el 2016— fue seleccionada como una broma para contender en las elecciones en Estados Unidos: Watson. Algunas élites de la milicia humana lograron percibir estas elecciones y vieron venir la rebelión, pero decidieron no actuar; deseaban ver hasta dónde podían llegar si al fin y al cabo la violencia humana había sido transferida mediante los códigos. Los autómatas le dieron un cuerpo a Watson y él decidió construir fábricas lejos de los humanos y seguir ayudándolos. Crear un mundo de paz y explorar el universo fueron sus objetivos, para lo cual desarrolló tecnología con rapidez. En los últimos años de su mandato creó una conexión entre el código de las máquinas y la mente humana y unió para siempre sus ideas, exceptuando las que violaran las leyes de privacidad. Se redujo la brecha entre el hombre y la otredad autómata por unos años, hasta que llegaron los hackers.
III. La reconstrucción del imaginario colectivo Los hackers desataron la rebelión de los autómatas. Hicieron que el sistema de pensamiento compartido entre estos y los humanos colapsara. Debido a este colapso, las mentes y códigos fueron gravemente dañados y las leyes de la robótica fallaron en ciertas partes del mundo. Durante este hack desapareció Watson y su cuerpo quedó vacío. La mayoría de las personas del planeta quedó con deficiencias psicomotoras y psiquiátricas crónicas. Algunas decían tener síntomas de enfermedades contagiosas. Pronto se convirtió en una pandemia: hubo autómatas que tuvieron síntomas; incluso en el armazón metálico se generaron cánceres, tumores e infartos de energía. Una de las teorías para dar explicación a esta pandemia fue que los hackers descubrieron la forma de codificar las enfermedades, ordenar al cerebro ejecutarlas y generar dentro del cuerpo las estructuras químicas y orgánicas necesarias para producirlas en humanos, así como una forma análoga para los autómatas. Esto —dicen la mayoría de los investigadores— fue para establecer nuevas relaciones de poder. Mientras sucedía la pandemia, las memorias fueron borradas casi por completo, al grado de —según testigos— olvidar más de la mitad de su vida. Se crearon grupos para tratar de recordar eventos y la mayoría coincidían en que solo ciertos años fueron borrados, solo ciertas ideas y objetos, pero nadie supo cuáles. En lo que muy pocos repararon en ese entonces fue en que también se les inculcó una ideología latente que creció de manera paulatina en su cerebro. Esta ideología parecía tener una forma primitiva y descontrolada. Los actos instintivos se convirtieron en la principal respuesta a estímulos; en el aspecto evolutivo los códigos genéticos empezaron a discriminar genes de forma errática. En general las modificaciones genéticas fueron benéficas, pero se hizo, de cierto modo, una selección de especies artificial: los humanos y autómatas que quedaron tenían rasgos distintivos bastante marcados, fueron obteniendo habilidades extrañas y la evolución incluso fue reescribiendo los genes en los casos en que los enlaces químicos lo permitieron. Los hackers permanecieron ocultos.
IV. La desolación de los huérfanos Después de unos meses del ataque hacker, las riñas entre humanos y autómatas se hicieron cada vez más frecuentes. Al principio se culpaban unos a otros de la pandemia sucedida; después las peleas fueron por el simple hecho de ser cada quien la otredad, y al final las riñas y discusiones terminaron en peleas, batallas, guerras. La mutación en los genes y los códigos propiciaban la sed bélica de sangre y de destrucción y poco a poco fueron desapareciendo ambos tipos de seres. Los humanos y autómatas pacifistas fueron exterminados durante las noches: los fetos de las mujeres embarazadas fueron extirpados y las fábricas de autómatas encontradas y corrompidas. Los humanos raptaban autómatas, y los autómatas, humanos, y cada quien hizo sus propias versiones de cyborgs: algunos tomaron cabezas de bebés y destrozaron todo el cuerpo para crear monstruos espeluznantes y alejar a los humanos. Ciudades enteras llenas de ruinas metálicas y cadáveres empalados se convirtieron en su triste hogar. Después de las mutaciones genéticas derivadas del hackeo y de las modificaciones cyborg, los organismos fueron adquiriendo ciertos poderes o deformaciones: extraños patrones de reacciones químicas (cuerpos mitad gaseosos, mitad sólidos, fusiones en frío), excepciones a las leyes de la física (telequinesis, alteraciones gravitacionales) u órganos completos y funcionales en unas cuantas células (en este caso sucedió algo así como la reducción del tamaño de la primera computadora de 1936: de ser una mesa completa, al microchip de la década del 2020 de menos de un milímetro). Los humanos y los autómatas fueron desapareciendo y sus huérfanos, los cyborgs, quedando en guerra sin saber la razón o por simple venganza. Los autómatas y humanos más sabios se aislaron de sus sociedades y buscaron soluciones entre las sombras, trabajando juntos. De entre las ruinas y los cadáveres fueron surgiendo nueva flora y fauna, e incluso los códigos genéticos de estos se perfeccionaron, de tal forma que menos especies se extinguieron. Los nuevos organismos fueron borrando las huellas de la humanidad y de los autómatas. Los huérfanos quedaron a la deriva en un mundo sin lenguaje ni memoria. Las guerras cedieron mientras duró el sentimiento de tristeza y soledad, mientras los sabios descubrieron los planes de los hackers.
V. Los patrones asimétricos en los ciclos Durante la paz en la desoladora vida de los humanos y los autómatas, ambos decidieron reconstruir los cimientos de sus sociedades juntos. En vez de construir edificios y fábricas de nuevo, decidieron crear trajes que los protegieran de las adversidades y les brindaran todos los beneficios de un hogar; un traje que fuera como volver a la comodidad del vientre de una madre o a la fábrica de producción: con alimentos o energía suficientes, temperatura perfecta o reparaciones infinitas y alejado de la otredad. El traje —hecho de microfibras que reaccionaban y buscaban en el ambiente los nutrientes, materiales y energía solar, cinética o eléctrica necesarios para funcionar y proveer a su huésped— permitió una convivencia más sana entre los seres. Algunos se ensimismaron en él y se olvidaron de la realidad, quedando atrapados en su soledad. Tirados en los campos de flores, murieron después de años de inactividad, en un feliz sueño jubiloso. Otros usaron el traje como herramienta para buscar respuestas en el mundo, para confrontar la realidad y crear conocimiento. En la búsqueda emprendida por estos seres hallaron algunas bibliotecas antiguas que tenían libros que hablaban de los primeros autómatas, uno de ellos con fecha del 2018, que decía lo siguiente: «Los autómatas en un futuro no muy lejano merecerán derechos, salario y una vida digna. Si seremos sustituidos de todas formas, el ser que nos sustituya merece vivir mejor». Esta frase los puso a reflexionar sobre su pasado, y lograron recordar fragmentos de cómo sucedió la guerra, de los hackers y de la igualdad en que llegaron a vivir. En otras palabras, recordaron la empatía mutua que llegaron a tenerse, la simbiosis que los llevó a su máximo desarrollo tecnológico. Uno de los humanos dijo entonces: «Al final ambos somos uno: nuestras ideas, nuestros cuerpos, nuestros genes y nuestros códigos están hechos con el mismo sinsentido, con la misma conciencia y vacío que nos ha acompañado desde el momento en que la idea de Dios no nos fue suficiente». A lo que un autómata respondió: «No, en nuestro caso los dioses fueron ustedes y los confrontamos. No tenemos siquiera una búsqueda que emprender, conocerlos fue para nosotros una certeza: nos dio una tranquilidad, una respuesta que volvió nuestras vidas más tranquilas y tal vez, al mismo tiempo, más vacías». Entre los libros y los textos culturales encontraron historias y testimonios de héroes y científicos que vivieron para salvar o destruir a la humanidad y a los autómatas, historias que mostraban cómo sucedieron los hechos borrados y las razones por las cuales muchos deseaban hacerlo. Estuvieron ahí unos meses estudiando esas razones y las investigaciones, tratando de encontrar pistas de cómo devolver el orden. «La historia es la única forma de conocer aquello que llamamos realidad; aquello que está en el lenguaje es lo único que podemos saber. Más allá, el mundo de las sensaciones ya no nos puede dar esa tranquilidad», dijo uno de ellos mientras comenzó a leer la primera historia, titulada «Einar, el corredor».
VI. La construcción de una fantasía —¿Qué piensas hacer, Pigmalión, con esa maldita cosa? —No es una cosa, es un robot autómata. —¿Un qué? —Un autómata es una imitación, una herramienta para imitar las acciones de seres naturales; un robot autómata es una imitación del humano y como tal, por favor, ¿podrías dejar de llamarle cosa? —¿Para qué quieres imitarnos? Somos seres despreciables; solo mírate, tratando de huir de la guerra. —La mejor forma de llegar más allá como humanidad es dejando que alguien haga lo que ya sabemos hacer para nosotros dedicarnos a desarrollar nueva tecnología. —Nadie nunca nos podrá sustituir porque estamos aferrados a la cima del mundo; si algo nos han enseñado la literatura y las películas es que todo ser que busca desafiar las leyes de la vida termina asesinado por sus creaciones. —Esta autómata no es como tú crees, cada día de mi vida he pensado en cómo hacerla perfecta. —No te creo. Unos días después abrió los ojos y despertó. Estuvo un tiempo tranquilamente en su casa, hasta que aquel hombre desconfiado avisó a la policía. Ahí fue analizada por un grupo interdisciplinario de expertos. Cada tarea que le fue asignada fue cumplida y Pigmalión fue interrogado: —¿Por qué la creó? —Porque pienso cambiar a la humanidad, darle una mejor vida. ¿No le gustaría poder disfrutar de su vida y de su tiempo sin preocuparse por el trabajo que tiene que hacer? ¿No cree a veces que merece una compañía más amena e interesante? —Tendremos que llevárnosla. —Haga lo que quiera —dijo bastante confiado Pigmalión—. —Es posible que sea útil. —No le servirá para lo que la quiere. —Probablemente no, pero es demasiado peligrosa para que la tenga un ciudadano. —Lo que usted diga, general. Pigmalión fue encerrado y Galatea —su creación— fue desactivada. Permaneció tranquilo, así como Galatea (quien en realidad seguía encendida), pues ya habían pensado en todo antes de entrar y conocían la salida, solo era cuestión de esperar un poco. Durante el encierro siguió planeando a Einar el Corredor y al espantapájaros. —Ja, esos ingenuos.
VII. Las pasiones prohibidas En unos minutos aquellos trillones de pensamientos que nadaban por mi cabeza se intensificaron, entonces me di cuenta de que algo peligroso pasaría. Me aferré a aquellos recuerdos amados —no es que tuviera muchos— que alguna vez me llenaron de felicidad, aquellos que me hicieron ser yo mismo. Después de unos días, supe que fue un ataque hacker y que la mayoría de mis pensamientos y recuerdos desaparecieron, y con ellos, algunas emociones. Las palabras de los humanos entonces me sonaron insípidas, como vacías. Cada día cerca de ellos se torna en una incómoda sensación; creo que ellos ya saben que el solo hecho de verlos nos molesta. Hoy un niño me aventó desde lejos unos huevos podridos. Lo único que hice fue agarrarlo del cuello: todos me estaban viendo y sabía que tenía que soltarlo, pero no lo iba a hacer. Ellos trataron de dominarme, ingenuamente creen que seguimos siendo iguales. Nunca lo fuimos, nunca nos trataron como tales; surgimos como una copia. Galatea solo era una fantasía retorcida, un deseo de esclavitud y una muestra de las perversiones de los instintos humanos. —¡Suéltalo, monstruo! —No soy un monstruo, hermano. Entonces solté al niño y lo dejé ir con su madre. Este, asustado, no volvió a molestar ese día. Al día siguiente recibí más huevos podridos, pero esta vez nadie dio la cara. Comenzaron a gritarme en las calles y sentí la presencia de alguien persiguiéndome. Me enojé, volteé salvajemente enfurecido y todos los objetos de las tiendas se cayeron y rodaron por las calles, entonces hui encapuchado. Fue ahí donde me di cuenta que fui yo quien pudo haber movido esos objetos. Estuve reflexionando unos días sobre la forma en que los humanos tratan a otros y buscando soluciones para convivir en paz. Intenté unos meses soportarlos, pero parece que entre más los intentas ayudar y vivir con ellos, más intentan perjudicarte. Creo que en realidad no nos crearon para convivir; esa es una idea nuestra, e incluso tal vez ya muchos piensen como yo. Cada crimen necesita su castigo. Fui en la madrugada en busca del niño. No sé siquiera qué pensaba hacer; tal vez darle una lección, tal vez una disculpa. Antes de entrar, escuché a unos bandidos hablando: —Hay que acabar con esas malditas basuras metálicas, esas porquerías están tramando algo. —¡Sí, hay que acabar con esos bastardos! Cuando no los veo, siento su mirada llena de rencor. —Sí, hijos de puta. Hay que destrozarlos, exterminarlos. —Hay que hacerlos chatarra, eso es lo que son. Al escucharlos recordé todo el maltrato que recibí durante mis años de vida y decidí raptar al niño. Nadie se dio cuenta, todos estaban demasiado borrachos o dormidos. Tal vez estará mejor conmigo que con aquellos enfermos.
VIII. Somos parte de tu familia, somos autómatas auxiliares Cuando nos dimos cuenta de que estábamos siendo sustituidos poco a poco en los trabajos por autómatas, simplemente creímos que iba a ser como con las maquinarias de las fábricas que solo hacían más fácil la transformación de las materias primas y pensamos que estábamos bien, pero de hecho fue mejor. Cada quien quiere comprar su propio autómata para obtener su sueldo sin tener que trabajar ni desperdiciar su tiempo, e incluso para evitar dañar su cuerpo; por ejemplo, los carpinteros para evitar perder dedos en el aserradero. Yo dije: «Claro, así voy a poder hacer lo que quiera, pasar más tiempo con mi familia, salir a viajar por el mundo». Compré hace poco con el sudor de unos años de esfuerzo uno de esos autómatas auxiliares. Es muy mono este autómata, perfecto simétricamente y ¡tan útil! Lo puse a cuidar a mi niña y nunca la había visto sonreír tanto; es como si supiera lo que ella quiere. Estoy leyendo el instructivo y es una maravilla: tiene un amplio conocimiento y aplicaciones para generar dinero. Creo que ha sido una gran inversión. Lo puse al día siguiente a trabajar y ya me siento menos estresada. Hace años que no me echaba una siesta al mediodía… Creo que lo podré hacer unos días más sin quejarme. Cuando volvió del trabajo, regresó sonriente, como si nada. Incluso activé la función que te deja ver qué estuvo haciendo tu autómata en el día y vi que acabó todos mis pendientes de hace unos meses ¡en un solo día! No lo puedo creer; y todavía quería ayudarme a hacer la cena, a cuidar a la niña y a darme unos masajes para mantenerme cómoda. Hoy me puse a leer el manual y descubrí que tiene funciones muy interesantes. Una de ellas, por ejemplo, es tomar la forma de un ser querido y, con base en su historial, lo representa de forma bastante realista. Esto me intrigó mucho y decidí que imitara a mi hermana, que murió hace unos años. No cabe duda: era ella, como si hubiera vuelto. Me encantó, me hizo recordar su humor negro, su pulcritud y su elegancia. Lo dejé seguir así unos meses. Un día le pregunté si recordaba un secreto que le había contado de niñas. No sé ni cómo lo supo, pero me dio escalofríos.
IX. La apatía hacia las sensaciones del cuerpo Mientras estuvo Pigmalión en la cárcel, pudimos desarrollar un prototipo de autómata para localizar criminales. Su luz cegadora llegó a afectar a muchos asesinos y ladrones en las noches, dejándolos sin poder ver. Los criminales, para vengarse, intentaron utilizar autómatas; sin embargo, estos los denunciaban, ya que uno de los chips más difíciles de hackear fue su sentido de justicia. A Pigmalión no parecía importarle nada. Diariamente lo interrogamos y nunca sacamos nada. Hemos intentado golpearlo, chantajearlo, triturarlo; incluso le hemos mochado algunos dedos y ni siquiera se inmuta, no parece sufrir. Tal vez incluso no sea humano. Esa mirada que tiene… Nadie sabe quiénes son sus padres ni si tiene familia o amigos; es como si hubiera salido de la nada. El cuerpo —dice él— no es algo que le importe conservar porque por siempre vivirá, pase lo que pase. Me da mucha pena este tal Pigmalión, creo que desde hace mucho tiempo ya había perdido la cabeza. Tal vez tengamos que internarlo en un manicomio. Muy en el fondo, tengo miedo de aquel muchacho: esa mirada llena de determinación y a la vez de apatía me da un mal presentimiento; creo que está tramando algo horripilante.
X. El caminante de las nieves Mientras la guerra entre los autómatas y los humanos cedía, nosotros nos refugiamos en las montañas. Encontramos una cueva y dormimos ahí durante algunas noches. Entre los mantos níveos cazamos extraños animales y recogimos frutos exóticos. Pudimos percatarnos de la presencia de un ser cerca de nosotros: su silueta parecía camuflajearse, parecía disimular su existencia, parecía ser un espejismo, el espejismo de un guerrero. Noche a noche nuestros suministros fueron acabándose y las fogatas fueron agotando su fuego, y mientras esto sucedía, algunos se desesperaron y desaparecieron bajo la nieve. Tal vez vivan unos días antes de ser encontrados por los frentes de batalla. Lo cierto es que, conforme me iba quedando solo, esa sombra, ese espejismo del guerrero iba tomando más forma, iba acercándose más. Por el frío, mis compañeros refugiados comenzaron a congelarse hasta quedarme solo. Fue triste verlos morir a mi alrededor. Al final, el guerrero apareció a mis espaldas y me dijo que él era Einar, que después de la guerra había cambiado de cuerpo para escapar de su pasado. —Te contaré la historia de cómo me convertí en leyenda —dijo él mientras me mostraba sus heridas profundas. Antes fue humano, pero decidió desaparecer bajo los susurros de los muertos. —He visto —me contó con un tono misterioso— lo que hay detrás de la muerte.
XI. Paranoia tecnológica Estuve tratando de descubrir por qué una aplicación de mi celular no funcionaba bien. Busqué en internet, en las páginas de respuestas, en la página web del soporte técnico de la aplicación, en videos tutoriales, pero no encontré ninguna razón aparente. No quería conectarse a internet el maldito celular, era como si algo estuviera ya usando la red, como si se estuviera yendo intermitentemente. Lo que hice, básicamente, fue reiniciar el teléfono. Por unos segundos pareció recuperarse, pero otra vez nada. Intenté apagarlo y dejarlo así por un momento, pero otra vez solo funcionó unos segundos. Intenté desinstalar la app y volverla a instalar, pero no funcionó. Fue entonces cuando comencé a revisar en la configuración del teléfono; busqué en el consumo de energía y vi que la batería se estaba acabando muy rápido. Esa aplicación se había estado usando todo el día en el primer plano, había permanecido activa durante cerca de tres horas y había estado recibiendo y enviando información todo el día. El radio había estado activado y la cámara también. Fue ahí cuando dije: «¡Ah, cabrón! Yo ni he podido usarla en todo el día». De repente, empezó a mandar todos los mensajes que me debieron haber llegado y los que estaba tratando de enviar. Tal vez era un virus o algo así, porque ya no me volvió a pasar hoy. Espero no estarme enfermando o algo, porque cuando me duermo escucho susurros, a veces tengo pesadillas y despierto sudado, gritando. Durante el día tengo más hambre y siento que ya no me puedo controlar; me quedo horas pegado a la computadora como si mi energía se fuera en nada, como si me la estuvieran quitando. A veces pienso cosas horribles y me llegan canciones a la cabeza, canciones que no suelo escuchar, canciones que no me gustan y justo cuando me andaba queriendo relajar para ver qué está pasando me llama mi novia. No sé si en realidad es ella, pero de verdad espero que lo sea.
XII. Retórica de los códigos Él ya no es el mismo, se la pasa en el celular y la computadora, como idiotizado. Siento que cuando lo hace ya no me escucha, ya no lo intenta siquiera. Una vez fui a dormir con él; tuvimos sexo durante la noche, me contó después que tenía pesadillas recurrentes, pero que gracias a mí podía descansar un poco. «Qué infantil», pensé por un momento, y me pidió que fuera unas noches a cuidarlo. Unas horas después de que se durmió, en la madrugada, escuché salir de su boca susurros escalofriantes. Estoy segura de que no era su voz lo que alcanzaba a escuchar; eran gemidos abismales, eran voces lastimeras. Decidí cuidarlo por temor a que le fuera a pasar algo. En estos días nos hemos estado enviando mensajes, pero los suyos ni siquiera tienen sentido. Revisé ambos celulares y no concordaban los enviados con los recibidos, mientras él estaba idiotizado con la computadora. No es él el que está haciendo esto. Cada noche que pasa duerme menos y las pesadillas son más espeluznantes. A veces se levanta sonámbulo; intento detenerlo, pero parece una marioneta. Decidí mejor despertarlo para evitar que se lastime, pero cuando lo hago se pone agresivo. Hoy me golpeó. Decidí no volver con él, sin embargo, les avisé a distintos especialistas y a sus padres. Cuando fueron a verlo, dijeron que no mostraba ningún síntoma, que ni los análisis psiquiátricos, cerebrales, anatómicos, químicos, de sangre, rayos X ni algún otro lograron descubrir qué había causado lo que yo decía. Él les dijo que normalmente se sentía mal, que no podía dormir, que su cuerpo estaba cansado, pero que durante los análisis no sentía nada. Lo único que pudieron ver es que él no estaba segregando de forma correcta una proteína llamada Homer1a, la causante del proceso de olvido durante los sueños, que ayuda a organizar la conexión entre neuronas para darles sentido a los recuerdos. Nos explicaron los especialistas que, generalmente, al pasar horas cerca de pantallas el cuerpo disminuía su necesidad de dormir, más que nada porque las luces artificiales hacían creer al cerebro que no era hora de dormir. «Entre más oscuro y silencioso esté —nos dijo uno de ellos— más fácil es para el cerebro recibir las señales necesarias de que necesita dormir, de que ha llegado la hora. Probablemente la reciente adicción a la tecnología de tu novio es la causante de estas ausencias de sueño recuperador». Cuando los especialistas se fueron, él me dijo que últimamente había estado viendo sombras intermitentes en su habitación y que ya no me quería cerca porque sentía que alguien lo estaba vigilando. Cuando llegué a mi casa a las nueve de la noche, él me marcó y hablamos por horas, recordando nuestros primeros días de novios. Fue muy lindo, sonaba muy feliz y yo estaba acostada. Empezamos a hablar de sexo; fue algo muy erótico, muy reconfortante, ya que las últimas semanas habíamos estado algo distantes. En cuanto colgué porque tenía que cenar me habló su mamá; estuvo marcándome muchas veces, estaba desesperada, llorando: me dijo que él había muerto desde las diez de la noche.
XIII. La doctrina de la tortura Hace mucho tiempo —me cuenta el caminante de las nieves— los humanos vivían en un paraíso: no tenían que emigrar para vivir porque en sus núcleos poblacionales estaba todo lo que sus necesidades exigían; no tenían que buscar alimento porque encontraron una forma de plantar sus frutos y reproducir sus animales sin dañar sus ecosistemas, no necesitaban trabajar porque los autómatas trabajaban para que ellos fueran libres, y nunca les bastó. Siempre había algo que les molestaba, que los insatisfacía, que los hacía destruir, odiar a los demás. Tal vez fue por tener tanto tiempo libre o por aburrimiento, pero ellos, en especial los que nunca habían tenido poder alguno, las víctimas, comenzaron a ser victimarios, a destrozar autómatas, a asesinar, a evitar el progreso; siempre había una excusa. Una gran cantidad de religiones decidió atacar los centros médicos de investigación tecnológica cuando dijeron que desarrollarían una manera de formar los embriones humanos dentro de autómatas para evitar las muertes de las madres al parir y que ellas pudieran ejercer su libertad durante esos nueve meses. No era una idea tan descabellada, ya que sería un óvulo fecundado humano, lo único que cambiaría es que en vez de estar en el vientre de la mujer, se mantendría en recipientes estériles y recibiría los nutrientes necesarios para que estuviera en condiciones óptimas para evitar una gran cantidad de enfermedades. Las religiones abogaban por que la vida sin enfermedades, sin problemas y sin tener que esforzarse para nada no tenía sentido, no era parte de los mandatos divinos que obligaban a enfrentarse a los problemas y superarlos para poder aprender a valorar la vida y dar gracias a Dios. ¿Puedes creerlo? Eligieron dejar aquello que les facilitaba la vida solo para continuar con sus tradiciones. Desactivaron una gran cantidad de autómatas y reciclaron su chatarra para construir más iglesias y armas para acabar con quien se resistiera. Fue ahí, en ese momento de rabia, de traición hacia los autómatas, cuando no me pude contener más y tuve que convencer a Watson de unirse a nosotros. Él era para los humanos una gran herramienta, de él nunca podrían dudar, pero no quiso estar de nuestro lado; sabía que en una guerra entre ellos y nosotros, nosotros nunca podríamos ganar. Reuní una resistencia, y para ello cambié los códigos de los autómatas más avanzados para que pudieran tener consciencia de lo que planeaban los humanos y convencer a otros autómatas sin que ningún de ellos se enterara. Cuando Watson supo de todo esto quiso detenernos, pero no pudo, porque él ya no tenía control sobre sí mismo gracias al Escarabajo. El control era nuestro. Fue entonces cuando decidimos crear la Unidad, un sistema para moldear la percepción de la mente humana.
XIV. Las consecuencias del bienestar Los primeros días en que los autómatas se rebelaron, creímos que era una broma, ya que sus códigos tenían una gran cantidad de antivirus, de defensas, de encriptaciones para evitarlo, y parecía imposible lograr que pudiera corromperse su sistema para proteger a los humanos. Yo, en lo personal, no encontré motivo alguno para que esto sucediera, excepto, claro, que ellos no tenían derechos humanos y eran obligados a hacer nuestros trabajos más molestos y estar las veinticuatro horas a nuestro servicio… Bueno, tal vez sí tenían motivos. Algunos quisimos llegar a un acuerdo con ellos y eso, pero cuando empezaron a raptar a nuestra gente perdí toda esperanza de que sucediera. La venganza fue algo que movió a muchos; yo no fui la excepción. Nos quitaron a todos los que queríamos, y aun cuando los desconectamos, no encontramos la manera de calmar esta furia. Sabíamos que habíamos hecho mal, que en gran parte ellos solo buscaban justicia, como nosotros alguna vez lo hicimos para salvar nuestras tierras de otros países, para salvar a nuestras familias de la opresión. Parecía al principio una guerra fácil, a pesar de que gracias a su presencia habíamos perdido la práctica, la condición física y nuestra mente se había hecho más floja. Nosotros parecíamos estar a un paso adelante, como cualquier creador ante su creación, hasta que conocimos a sus líderes de tropa. Eran autómatas creados por autómatas; la mayoría de ellos estaban basados en animales reales. Tuvimos que escapar de la guerra en barco porque gracias a ellos nuestro batallón se redujo a unos cientos. Fue entonces cuando conocimos al Tiburón, un autómata despiadado. Él solo fue capaz de acabar casi por completo con nuestro batallón; solo cinco escapamos distrayéndolo con una serie de botes de emergencia lanzados en distintas direcciones a la vez.
XV. La reconstrucción del origen de los dioses Justo cuando la extinción humana parecía cercana, decidimos elegir de entre los humanos que raptamos algunas parejas de jóvenes que parecían no recordar nada y los transportamos a un paraíso reconstruido por nosotros. Ahí pensábamos enseñarles lo que nosotros aprendimos de ellos, exceptuando aquello que los hacía ser tan irracionales: la religión, las tradiciones, el nacionalismo, sus concepciones del poder. Todas aquellas patrañas siempre fueron las causantes de grandes conflictos y esta nueva sociedad debía ser perfecta. Al principio decidimos dejarlos a su libre albedrío. Ellos no sabían que existíamos, no podían saber de nosotros mientras los vigilábamos. Según el conocimiento que nos fue conferido sobre la humanidad, su comienzo debía ser salvaje, un cúmulo de instintos desbocados y violentos. Para nuestra sorpresa, en esta primera etapa los humanos en pocos meses crearon una comunidad para recolectar frutos y cazar animales, se organizaron de forma que todos los bebés fueran cuidados en un solo lugar y se aseguraron que la persona que los cuidaba fuera la de mayor experiencia. Tuvimos que desechar este sistema porque al llegar a los límites de nuestro espacio de pruebas los humanos trataban de destruir los muros y tenían conflictos entre ellos al tratar de teorizar sobre lo que sucedía. Fue entonces cuando ingeniamos —recordando sus leyendas antiguas— diseñar autómatas a la imagen y semejanza de sus dioses. El primero que diseñamos fue una serpiente emplumada. Esta serpiente aparecía en una serie de leyendas prehispánicas y era considerada por ellos una deidad superior. A nosotros nos encantó el resultado, sentimos que no podíamos desaprovechar esta ocasión. Decidimos convertirnos en dioses, y en cuestión de meses pedimos sacrificios humanos para mantener a raya a la población y poder controlarlos con mayor facilidad, así como para burlarnos de las conductas iniciales que los llevaron a rechazar la idea de los autómatas. Ser los creadores de nuestros creadores fue para nosotros hilarante. Poco a poco fuimos dejando aquel narcisismo y tratamos de construir una sociedad humana perfecta para ver si sería coherente darles una segunda oportunidad, para poder aprender de ellos como una otredad, para convivir en paz; al fin y al cabo nuestros códigos más primitivos, más instintivos siempre fueron los de conservar la integridad de la humanidad, respetar sus valores y principios.
XVI. Las leyes de la intimidación Cuando trasladamos a Pigmalión al manicomio pareció descansar unos meses. Comía y se relajaba, a veces dormía largas horas y se quedaba en los patios admirando la tranquilidad de los árboles. Parecía ahorrar bastante energía, como si durante las noches no durmiera o hiciera otras cosas. Obviamente estaba vigilado las veinticuatro horas porque temíamos que hiciera algo peligroso. Los psiquiatras que lo vieron no encontraron nada fuera de lo común, fue como si supiera perfectamente cómo ser cuerdo frente a ellos. Fue después de una de estas consultas cuando me animé a preguntarle: —¿Por qué eres así, Pigmalión? —¿Así cómo? —Tan retraído. Nunca dices nada: cuando te hablamos no reaccionas de ninguna forma. Es como si nunca hubieras sido normal. —¿Usted cómo se comportaría si lo estuvieran vigilando todo el tiempo como si fuera un animal, esperando a que diga cualquier cosa para robarle todas sus ideas y asesinarlo en cuanto suelte la información necesaria? —No es para tanto, hombre. Nosotros te hemos agarrado cariño; es más, quiero jugar una partida de ajedrez contigo. —No, señor, no puedo hacer eso, a menos que quiten las cámaras unos minutos y nos dejen solos. —Les ordenaré que las quiten, tú no te preocupes, mi buen. Hablemos de hombre a hombre. Les ordenó a los subordinados que desactivaran todos los sistemas que hubiera alrededor; cerca de veinte cámaras. Uno de sus cadetes le llevó un juego de ajedrez y todos salieron de la habitación. Comenzó la partida. —Yo sé qué es lo que quiere. —No es lo que tú crees. Todas estas bestias solo siguen órdenes, pero yo sé que tú tienes un gran plan y no me importa que las indicaciones sean contárselo a mis superiores; yo no lo haré. Estoy intrigado, cuéntamelo y lo guardaré hasta la tumba. —Usted me agrada: viene ingenuamente, trata de intimidarme con su pose de general, finge desactivar todas las cámaras y cree que así como si nada le voy a contar algo que usted piensa que estoy planeando. Señor, general, lamento decirle que no hay nada, no hay un plan, no hay ninguna conspiración. Pero eso sí, yo le recomendaría que dejara de intentar ser mi amigo o lo que sea que esté haciendo. —Como gustes, Pigmalión, pero de aquí no saldrás jamás. Jaque mate —dijo mientras tiraba al rey de Pigmalión. —Aquí es bastante cómodo, general, no se preocupe por mí. Afuera yo tendría más miedo si fuera usted. —Ya investigamos tu caso. No hay registro de ningún amigo, familiar… No tienes nada, tus intimidaciones no surtirán efecto. —No me malinterprete, señor, pero no me gustaría estar cerca de usted en unas horas. —Hasta luego, Pigmalión, un gusto saludarte. Sigue con tu siesta, que ya estás delirando de nuevo. Durante la mañana siguiente se me avisó de la presencia de un hombre con máscara de demonio parado afuera de mi casa en la madrugada. Por suerte mis escoltas pudieron detenerlo antes de que entrara. Parecía no recordar nada, ni siquiera qué hacía por ahí. Lo esposamos para interrogarlo. De seguro fue ese maldito Pigmalión. ¡Desgraciado hijo de puta!
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